lunes, 29 de diciembre de 2008

A MEDIANOCHE CAMBIA EL JUEGO



Soy un loro. Un loro de lengua atrincherada que siempre repite lo que dicen los demás. ¡Qué puñetera manía con repetir, como una especie de martilleo cansino sobre lo que ya sabe todo el mundo! Loro, lorito. ¡¡Chitón!! Sigo siendo un loro, algo menos grueso de masa corporal pero espeso en lo referente a la masa cerebral. Ya sabéis, queridos y sufridos amigos, que los loros tenemos un encéfalo más bien diminuto, en comparación, por supuesto, con los dinosaurios. He estado callado muchos meses – bueno, ejem..., más bien algunos días- no porque estuviera prisionero, que lo estaba (esclavo de mis rutinas), sino a causa de no tener nada que decir, nada que ofrecer, ni nada que dar. Valga la redundancia. Pero la luna llena, pulposa, sexualmente apetecible, de ayer; no era de este mundo. Era de las dimensiones de la embriaguez, del abrazo y el jadeo solitario y esporádico. La luna de ayer era como el espejo de nuestras propios delirios y anhelos que solo se encuentran con nosotros mismos en el momento más insospechado. Cuando no estamos en celo, cuando no tenemos ni un céntimo y cuando nuestro rubor poético se ha desvanecido en los últimos estertores de la pubertad.





Volé por las dehesas de Alcollarín y mis ojos no encontraron a nadie con quien hablar, sería porque una gran mayoría hablaba de lo mismo cri-cri-cri-cri, maldita costumbre esta que tenemos los humanos de hacer monotemas, monorrítmicos y de hacer leña de los árboles que se caen, aun cuando todavía no ha llegado la primavera! Volé por encima de las millones de casas blancas como carcajadas de niños y, sin quererlo, sin saberlo, huí a otras dimensiones más oscuras y tranquilas. Allá donde los cendales del atardecer se confunden con las mañanas y los cencerros de las bestias con las diatribas de los humanos. Me marché y me calmé llenándome de todos aquellos sonidos y sabores de la campiña extremeña, de ese espacio natural que algunas quieren inundar con las aguas de sus euros ahorrados en la fábrica del ladrillo y la especulación, en vez de dejar a las personas sabias gobernar sus propios recursos y sus propias necesidades. Me marché al lugar donde la venganza y la humillación solo corresponde al débil. Donde no existen patíbulos ni orquestas sinfónicas esperando al reo. Me marché a mi encina. A aquel dominio de madera de cuyas grietas penden todavía lágrimas de hiedra y olvido. A aquel dominio donde hay una ley que dicta las sentencias y todo el mundo las acata, las respeta y no las violenta... Soy un loro, un loro libre, a pesar de la cárcel que llevo sobre mis alas. Un loro viejo en un cuerpo alterado. Un loro lleno de plumas, como ideas que llenan todos los poros de mi cuerpecillo verde. Ideas, ideales. Los únicos que nadie me podrá robar jamás. Ni siquiera cuando muera, porque entonces los ladrones más alevosos se encontrarán unos sesos derretidos y devorados por los gusanos. Ellos serán los últimos cancerberos que se adueñarán de lo que me pertenece desde siempre, desde el principio. De mi herencia más verdadera. Perdonad si os digo que, también, soy un loro despistado con esto de los malditos cambios de hora. Ese es otro tema que jamás he podido entender. Esa manía cierta y puntual de ciertos industriestudiosos (¡Vaya palabrita que me he marcado!) de quitarnos la almohada, o lo que sea menester para el descanso, una hora en la noche cada año. Si los humanos fueran como somos los pájaros no existiría tal discusión y unos y otros retozaríamos como lo hemos hechos siempre. Pero, en fin, esto es como la famosa partida de tute que se desarrolló, si no recuerdo mal, allá en los años de la posguerra, en el taberna de tío Emilio Gálvez. Tío Patajo había llegado de Zorita aquella tarde de otoño, con su burro, sus alforjas repletas raros paquetes envueltos en papel de periódico, unos cuantos reales y muchas ganas de beber vino y jugar a las cartas. La partida empezó a las siete de la tarde. Los cuarterones de vino se fueron sucediendo, uno tras otro; y las partidas y las miradas y los guiños.

fotofrafía: Paco Abril

Dedicada al gran Buho real del
que aprendí los nombres de las flores


También fueron cambiando a lo largo de una partida que se alargó toda la noche y toda la madrugada, sus rivales y sus musas. Habían dado ya las seis de la mañana en el reloj de la iglesia, y el remolino nervioso del amanecer hacía ya acto de presencia. Un perro ladraba en la lejanía, como siempre que sale el sol. Y también el cielo se tiñe del color del vino que no debiste beber. Tío Patajo había perdido ya todo su dinero, el contenido misterioso de sus alforjas, su chambra, su burra y si mi apuráis hasta su casa y su mujer. Además estaba borracho como una cuba. Visto el desenlace, algunos jugadores empezaron ya a compadecerse de él y a recomendarle sabios consejos, el más sabio de todos, el de la retirada. Pero tío Patajo, en ejercicio de obstinación y de abnegada ilusión por el juego no daba su brazo a torcer:
- Déjalo ya Patajo, que es muy tarde....Digo muy temprano. Que vas a perder hasta la mujer chacho!
- No lo dejo.
- Pero, Patajo, que lo has perdido todo, hombre. No ves que ya ha salido el sol. Que viene la viajera en un momento....
- ¡Paciencia y a barajar!
- Cago en la leche, con el tío este. Vamos a ver como te lo explicamos. - Déjame a mi – dijo otro de los rivales - No, no, déjame a mi, que le explico la “tajá” que lleva encima. A ver, Patajo, no te das cuenta que..., bueno, claro, como te vas a dar cuenta con la que llevas encima, si...- Entonces tío Patajo, recogió las cartas, las golpeó contra la mesa con ira y se las entregó a uno de sus contrincantes. Apenas pudieron entenderse, entre la embriaguez del personaje, varias palabras. Pero las mismas resonaron a modo de eco en todos los rincones de la taberna y estremecieron al más pintado:
- Paciencia y a barajar. Chitón y a jugar, porque ¡A medianoche cambia el juego! Pero el sol alto, alumbrando los barbechos, ya se había adueñado de la paz de Alcollarín. De sus cosas, de sus fiestas, de sus chanzas, de sus canciones y, también, de sus disputas.

viernes, 19 de diciembre de 2008

VIAJE AL FONDO DE UN PUEBLO

EPISODIO SEGUNDO




Un buen silencio y la luz renegada que penetra entre los poros de las casas, de los todavía erguidos adobes... Fue tarde de reencuentros. De saludos y de increíbles conversaciones con distintos amigos que habitan este lugar. Primero tuvimos una extensa e ilusionada charla salpicada de incógnitas, de descubrimientos mutuos, de aclaraciones y, también,de medidas pausas; con Loli Prados, Mari Mar (cuyo nuevo seudónimo no he acertado todavía a descifrar) y Julián hijo. Las calles semidesiertas del pueblo parecían también fisgonear en aquella inolvidable conversación que duró casi dos horas y donde se añadieron, luego, Juansa, Demetria, Julián padre y Aurelia que se sorprendió al ver allí sentados a aquellos dos especímenes recién llegados de su periplo turístico. Al cabo de este tiempo ya era noche cerrada y procedimos a la despedida deseando a la Corporación y al grupo Farándula mucha suerte en su andadura y en sus maravillosos proyectos.



Julián nos acompañó a la puerta y nos mostró las luces que estaban a punto de dar vida a la Navidad de Alcollarín por primera vez en su historia. Estaba orgulloso y nos transmitió esa ilusión y esa sinergia contagiosa que está cambiando todas las cosas de un pueblo casi por arte de magia (más bien por arte del enorme esfuerzo que realizan estas personas). Antes de seguir nuestro camino, apareció Pedro (El del tractor) y nos dios un sincero apretón de manos y no preguntó nada y, asimismo, siguió su camino. Tenía prisa y se perdió doblando la esquina de la plaza. El mochuelo y yo, como guiados por un extraño impulso, nos presentamos en el palacio no sin antes echarle un vistazo al luminario que han colocado en el campanario de la iglesia y que, como ya comenté, es como si le hubieran puesto a la torre un coqueto vestido de fiesta. Penetramos en el patio del Palacio. Estuvimos a punto de tropezar (Hay mucha maleza) y nuestra mirada se clavó rápidamente en la fachada del edificio, en las sombras que proyectaban las luces de nuestros móviles y que aparecían y desaparecían por doquier. Como si bailaran una extraña danza donde el protagonista fue perfilándose hasta situarse en lo que fue la balaustrada. O eso creímos nosotros y nuestro subconsciente porque, en ese momento, dos tíos hechos y derechos salieron de allí en estampida: ¡Piernas para que os quiero! Y no quisimos ya girar más nuestras cabezas hacia aquella dirección. Cerramos el portalón metálico que cancela el solar, nos miramos, callados, respiramos y, luego, nos dirigimos hacia el parque recién estrenado que se insinuaba junto a sus árboles recién nacidos como si desearan también abrazarnos. Había paz en aquel lugar y decidimos quedarnos en él para charlar sobre los sucesos tan sencillos pero, a la vez, extraordinarios que habíamos vivido en tan poco tiempo. Después, como si estuviéramos inmersos en un rito, fuimos al hogar del pensionista ya que el de Vero nos dio la impresión de estar cerrado. Allí tomamos unos refrigerios, los que hicieron falta, sin reparar en nada porque, total, después del hartón del mediodía ya daba igual ocho que ochenta. Hablamos un rato con Federico, con el chaparrino y el hijo pródigo que nos comentaron que han dejado de escribir pero que leen con sumo interés todo lo que pasa en nuestro foro. Opinaron sobre el pantano y, como en botica, hubo gustos para todos. A favor y en contra. Pasamos un estupendo rato con Ellos. A la salida también coincidimos con otros paisanos donde también se encontraba Juan Sánchez al que le dimos el pésame por la reciente muerte de su padre. No había mucha gente en el bar: las típicas partidas de cuatrola y poco más. Breves saludos con nuestras buenas amigas Ana Josefa y Montaña (siempre con un guiño y una sonrisa para ofrecerte), y con mi primo Pedro y Angelita. El cansancio, al menos en mi caso, era ya patente y decidimos enfilar regreso a casa.
fotografía: Rafael Martín



Allí se presentó Pedro Pino hijo y mi prima y acabamos de rematar la faena con unos vasos de vino de Miajadas y los pajaritos fritos del hogar del Pensionista que me supieron a gloria bendita. No era ni medianoche cuando el que esto escribe soñaba ya con esas cosas inconcretas y absurdas que sueñan los árboles caídos. Como si, envuelto en extrañas canciones nacidas de las ninfas del río, me hubiera visto atrapado en tan pocas horas en un ignoto viaje al fondo de un pueblo dormido, donde nacen las raíces de un pueblo encantado, tocado por una varita mágica que llevo cada día más clavado en mi corazón Fue un sueño, eso sí, reparador que me presentó en plena forma y tocando diana al pelotón a las siete de la mañana del día siguiente. Supongo que, desde ese día, algunos se pensarán seriamente eso de compartir ruta con un cantante como yo. En fin, ya buscaré a otros.... Con niebla salimos de Madrid y con niebla salimos de Alcollarín. En el cruce, unos cafés de rigor, unos saludos a dos aceituneros altivos que, dicen, iban a cortar baretas y estaban cogiendo fuerzas porque la jornada se les presentaba larga y fría. ¡Juventud divino tesoro! Angelito y el hijo de Isidra.

Y Aquí acaba esta historia que espero no os haya aburrido mucho. Una de las miles que cada año se dan entre todos los que viven fuera de su pueblo y lo quieren, en la distancia, con la devoción del niño que espera sus regalos la mañana mágica de Reyes. Un abrazo queridos y sufridos amigos. FELICES FIESTAS TENGAIS.

viernes, 12 de diciembre de 2008

VIAJE AL FONDO DE UN PUEBLO

Hola amigos, este viaje que os ofrezco corresponde al que realicé junto a mi hermano y mi cuñada Eli el año pasado para entregar los sueños adquiridos durante casi un año al lugar al que deberían pertenecer y, más tarde, y estrellada noche de Agosto, hacerse sentir delante de sus legítimos inquilinos, para entregar nuestra obra de teatro "El Conde de Alcollarín" a la teniente de alcalde Loli Prados. Permitid pues que me haya recreado en todo lo sucedido en el mismo, por la carga emocional con el que nos embarcamos aquella mañana de niebla, habiendo estado casi toda la noche en mi casa de Madrid efectuando los últimos retoques y correcciones y sin apenas dormir.







VIAJE AL FONDO DE UN PUEBLO (EPISODIO PRIMERO)



Salimos con niebla de Madrid del viernes siete (aunque por el aspecto tétrico de las cosas y siluetas inconcretas parecía más bien un fragmento de la película Viernes 13) y llegamos con niebla a la comarca de los Ibores. Parecía como si todas las lomas, las montañas encrespadas, al fondo, antes de llegar a Guadalupe, estuvieran jadeantes después de alguna extraña gran carrera. Los pedazos de bruma deshilachados intentando apagar la amalgama de colores de las hojas moribundas de los árboles y el solo asomando la cabeza aquí y allá, muy perezoso, para enseñarnos las tripas reverdecidas y exultantes de los barbechos. Un espectáculo para cualquier viajero desprevenido. Sin duda.




Cuando llegamos a Guadalupe, nos sorprendió el bullicio de gente, deambulando por todas sus callejuelas como hormigas despistadas, comprando aquí y allá y realizando fotos con la cámara del revés, a ningún sitio, embotados por la soberbia presencia del portalón , las torres del Monasterio y sus muros desgastados a causa del ir y venir de los vientos y de la desgana de algunos... Como siempre, un problema el poder aparcar. Pero el mochuelo que, yo creo está tocado por los dioses urbanos (alguien debería ponerles urgentemente nombre), me guió y....¡Voilà! Justo al lado de la entrada de la hospedería. ¡Manda....hu! que diría el gran hermano del abogado choricín. Mientras el ave nocturna realizaba las pertinentes operaciones de estacionamiento (que hay que tener el título de piloto de vuelo para meter un coche en cinco metros cuadrados y esto que sí que manda hu...s), yo me personé como un poseso hambriento (Hay que ver lo poco que me duran los efectos del desayuno en el estómago) en el recibidor de la Hospedería para reservar mesa:


- ¡No hay mesa! - Muy amable el caballero recepcionista. Muy dicharachero.


- ¿Y eso? - Yo creo que el citado yentelman escuchaba el ruido de mis tripas y jugaba con la ventaja del jugador tramposo.

- Porque está lleno.- Respuesta rotunda, cargada de cierta profundidad espiritual.

- Pero, (por amor de Dios, buen hombre, pensaba yo, evitando que el contrario descubriera mis pensamientos). Si a las cuatro también nos vale.

- No hay mesa.

- Bueno, pues comeremos en otro sitio. Qué le vamos a hacer... – Inesperadamente el rival reacciona, me mira de soslayo, y coge el libro.
- ¿Para cuántos será la cosa? – Mis tripas se dan toda una fiesta, alborozadas.

- Para tres. – Aunque yo para mis adentros pensaba que para cinco, porque mi hermano y yo comemos por dos.
- Hecho. A las tres y media.


- Gracias buen hombre. – Y , sin ni siquiera esperar un adiós gracias, no fuera que se arrepintiera, tomé las de Villadiego tropezando con todos los bártulos y demás personal que se cruzaban en mi camino a modo de maulas colocadas allí a propósito por el señor yentelman. Porque eran ellos los que se cruzaban y no yo, faltaría más. A la salida, mi hermano, se extrañó de mi tardanza; pero yo le calmé explicándole con solvencia las bondades del servicio en las zonas turísticas de Extremadura y mi poder de persuasión, como buen encantador de serpientes que soy. Acto seguido, entramos en el monasterio para ver a la virgen, rezar un poco (no mucho porque ya no me sé ni el padrenuestro nuevo. Me hago siempre un lío en lo de perdonad a los que nos ofenden, porque antes decíamos perdonad a nuestros deudores que sonaba más liberal y de este mundo, el de las deudas claro está. Ahora es todo más fino y sutil, en fin), y pedir a Nuestra Señora de Guadalupe por la salud de todos nuestros familiares y amigos y porque los humanos seamos capaces de encontrar la fuerza de la razón y no lo contrario. Cuando sales del monasterio, no sé si a vosotros os pasa, pero sientes un alivio difícil de explicar, una sensación de haber cumplido una función vital, como si te encontraras, de repente, lleno y reconfortado. No sé, igual son imaginaciones mías.... Pero en este estado de paz y de regocijo espiritual es cuando una buena morcilla o bacalao con un buen vaso de vino de Cañamero o una cerveza, entran en el cuerpo con contundencia, sin protocolos innecesarios y también lo inflan y reconfortan. Y eso fue lo que hicimos Eli, Pruden y el que esto narra. De allí y, previa obligada compra de vinillos, quesos y demás galguerías, nos dirigimos a dar cuenta de un buen asado de cordero acompañado de una ensalada y un vino de Jaloco de reserva(sin desear que estas líneas signifiquen dogma de fe, no he comido en ningún lugar del mundo, ensaladas como las extremeñas. Tan sencillas pero con el colorido y sabor de los tomates, lechugas, cebolla y lo demás elementos de su excelente huerta que las componen). Casi estaba más rica la ensalada que el cordero. O sea que, como observáis queridos amigos, no se puede decir que nos pudiera llevar el viento. Además, como fue mi señor hermano el que se rascó el bolsillo, que yo creo que como es del olivar del conde se le debe haber pegado algo o tener influencias de nuestro amigo el conde, pues el yantar me supo a gloria bendita. Así fue como las cuatro curvas hasta llegar a Cañamero las hicimos rectas y nos colocamos en la Ciudad del tango en un pispás, sin niebla y con un sol macilento que invitaba a quedarse en casa al calor de un buen brasero, un vino de la tierra y una buena conversación, o un buen silencio.

jueves, 4 de diciembre de 2008

ALLEGRO. VIAJE A LA NAVIDAD

(¡Que se pueda decir esto con razón de nosotros, de todos nosotros! Y también, como el pequeño Tim decía, ¡Qué Dios nos bendiga y a cada uno de nosotros! Final de "Cuento de Navidad" de Charles Dickens")








Soy un loro. Un resignado loro parlanchín que cada vez repite menos, porque las fuentes de repetición se manchan de mácula de alquitrán y ladrillo y porque los loros también padecemos del gañote cuando quedamos a los caprichos víricos de la intemperie, y no sabemos ponernos la bufanda de cuadros de Miguel Bosé ni el pantalón de rombos de Torrebruno.(como actor era malo, muy malo, como los hermanos mala sombra, o los Dalton - más numerosos y estúpidos -) Pero en las Minas de abajo el aire de la Sierra del Puerto, untado de los perfumes encantados del océano tantas veces descubierto, se incrusta en mi cuerpo a modo de cuatrocientos once mil doscientos ocho puñales recién afilados. Soy un loro y, en este momento, embravecido o asustado por la agresión – más bien lo último – parezco una avutarda en busca del arca perdida del pienso del Gorrión, tal es mi estado de bola de plumas en la que me he transformado. Aquí descanso de las infinitas causas banales que me bañan a modo de chubasco, día tras día, sin llegar, pobre de mí, a desprenderme de ellas. Luchando en mi quietud de animal artrítico contra todos los demonios que pueblan mi mente y mi alma, contra mi voldemort particular. Pero en Extremadura hay un cielo de un añil diferente, existe un manto que ningún pintor, ni el más avispado Zurbarán, pudo pintar. Porque se trata del color que inventaron cuatro dioses extraviados: el del orgullo, el de la pasión, el de la búsqueda de lo ignoto y el de la valentía…. Soy un loro que descansa y veo el transcurrir de la vida sin extrasístoles ni firingoncias absurdas del que, creyéndose dueño y señor de sus vecinos y amigos, trata de agitar sus brazos al aire intentado arrogarse la función de mesías indulgente.

fotografía: Rafael Martín

El chaparro es sabio, pero en mucho le supera su madre encina cuando se conjunta con las fuerzas del universo de la dehesa, del silencio de nuestros campos casi desiertos. Sin embargo, no he venido a esta encina a hablar de las penurias de mi cuerpo y de las tierras que me dieron la vida y conformaron los tintes de mis plumas, ni de todos los vuelos que realicé, rasantes y troposféricos (¡Somulo con el loro!) por los cielos de este mi país. Los proscritos de la naturaleza, los que pasan frío en mitad del barbecho, los sin techo en este otro lado, poco protestan. Ellos no ven la televisión ni escuchan la radios y sus chascarrillos. Ellos pasan hambre cuando hay engorde de ganado y frío en las noches de helada cuando, sin embargo, existe la calefacción en los campos de hierba del “fumbol”. De “ la verea el lomo” vienen confundidos por el viento, unas canciones. Son villancicos. Voces de chavales embutidos en las bufandas y consejos de sus madres:

Luces en el pesebre

Luces en su rostro

En el lienzo de Dios

Entre pastores y desiertos

Entre pugnas y anhelos ciertos

¡Ha nacido Dios en cada pueblo!

Desde esta estación veo la pausa de las cosas en Alcollarín. Los coches lentos como caracoles que parecen arrastrarse por la carretera hasta llegar al alto de Zorita mientras los habitantes de la “gran ciudad” que se dejan caer por estos parajes, se pegan a ellos como orugas de la “procesionaria”. La lentitud de la sabiduría, de las causas que nacen en la naturaleza, nunca se amilana delante de la explosión de luces, de sonidos estridentes y de vientos artificiales que nacen en la gomorra particular de las celdas de los panales de humanos con aguijón que habitan en los alrededores de las ciudades. Pero ellos son guardianes del ogro baboso, barbudo y oloroso que mora en la Capital. Y no hay ruidos reconocibles. Y las barbas del ogro ahogan nuestros deseos porque mojan la ilusión, las costumbres ancestrales y la pasión. Desde esta estación, aquí aparcado, oigo los cencerros de la “birria” apretujada junto a la charca de las minas de arriba, oliéndose sus propias entrañas, respirando su futuro y buscando la nota afinada de la Nada. Allí, junto a esas ovejas desalmadas, junto a esa añoranza del cordero de Dios, de las velocidades entrópicas, me parece observar la escena de los gitanos, de una familia adornada de sombreros, vestidos multicolores y exagerados y de ademanes de otro mundo. Es una boda gitana. Un cántaro de barro lanzado al aire. Un silencio. Una explosión en cientos de añicos de la esperanza en lo intacto, en lo inexplorado. Un júbilo repentino, después de esas miradas de tensión, la mirada del padre gitano que escruta la virginidad de su hija, como si fuera la de él mismo. Demasiada algarabía. Todo es desmesurado en esa celebración. En esa boda de gitanos. El cántaro que se rompe y se componen las vidas como por arte de magia. Allí veo los cánticos provenientes de aquella fiesta, entre la charca donde ahora vaga el rebaño. El rebaño que me mira desde su quietud.

Y en las gentes de bien

Luces en los ocasos

tinieblas en el sol,

Ascuas en el invierno

para ofrecerte todo mi amor.

Hace frío. El hielo incrustado en mis pulmones de loro centenario. De aquel que ha vivido tantos sucesos y no recuerda ninguno. Las luces se encienden y se apagan. Pero cuando vuelo por encima de la niebla me parece estar navegando en mi barca de hojas de higuera flotando encima de las hojas de las casas que emanan amor y querencias. Llego al bar de la Fe. Falta Manolo, mi amigo. Pero está presente y me parece observar entre el letargo que atenaza mis plumas y mis pensamientos una presencia , una mirada repleta de ironía, un guiño que se pierde entre los ángulos de la antigua discoteca. Millones de cuerpos sin cuerpo, de seres agitándose entre la oscuridad de la noche estrellada. Algunos amigos, muy nuevos, que ya se fueron, que ya nos dejaron sin siquiera decir adiós. Digo adiós con mi ala, como si también estuviera diciendo hasta la vista a un pasado, a un tiempo que nunca volverá y que quedará anclado en mis recuerdos de adolescente, como si el recuerdo de aquella época fuera más luminoso que el actual y nada de lo que nos ocurre pudiera equiparase a esa situación. Pero la brisa de la noche de Agosto calma las resacas del alma, y el cielo acribillado de balas de fuego te succiona y te transporta a las dimensiones de la calma y el dibujo. La brisa, la noche, la calma y el fuego no son de este mundo. Los pájaros no bebemos ponzoñas alcohólicas. El alcohol debe ser puro igual que el agua de Jarandilla. En la barra del bar me encontré a la Fe. Es cierto que los pájaros rara vez saludamos a las personas, es decir, nunca o casi nunca. Pero la Fe es patrimonio de un pueblo. Se trata la mujer de las dos mil sonrisas que, a pesar de su tristeza, de su luto perenne, siempre nos regaló desde niños su mejor mejilla, su mejor palabra. Su mejor atención. La hice un guiño de loro y ella me respondió con otro. Y me habló y yo la hablé como solo hablan los loros. Torpemente.

Después del saludo me quedé en la puerta. Aquellos dos tipos que bebían copas como descosidos no merecían mi confianza. La Fe entendió mi postura y nada me reprochó. Al fin y al cabo desde la puerta podía contagiarme sin ningún problema del calor que emanaba la estufa de picón. Aquellos dos hombres no me acababan de convencer. Uno era alto, enjuto y enfundado en un raído y desfasado traje negro. Como si fuera de luto o el propio muerto recién resucitado. La caspa le rezumaba hasta las cejas, hasta el bigote negro y desaliñado. Su acompañante era su antítesis física. Rechoncho, calvo, cabezón, barrigón, pero cuya barriga afilada afefctaba un aspecto que, finalmente, se presentaba en forma de piernas delgaduchas y brazos enclenques. La cara roja surcadas por cientos de venas del que bebió más de lo que pudo su cuerpo enjugar. Del que bebió su vida y no recibió la contrapartida añorada… - ¿Has visto a esa muchacha tumbada en el arcén?
- ¿Dónde, amigo?
- En el arcén, en las minas de arriba...- Afirmó el hombre alto vestido de negro.
- ¿Dónde se juntas todos los aires del mundo? .- contestó sin mucho entusiasmo el obeso.-
- ¿Qué le ha pasado a esa muchacha, amigo?- El hombre enjuto bebió un trago de vino. Carraspeó. Mira hacia donde yo me encontraba empapado en humedad y frío. Miró hacia la Fe.
- Mucho y nada.
- ¿Qué quieres decir. Ha muerto?
- Si. Murió. El coche se dio a la fuga como ocurre en tantos otros accidentes. Camino de zorita, sin mirar atrás, sin reflexionar sobre el futuro que le esperaba a la muchacha. A esa moza que asomaba por primera vez a la vida.
- ¿Murió?
- Si. Murió.
- ¿Y nadie la socorrió?
- Los caminos están vacíos estos días de invierno. Mucha gente hace la vista gorda…
- Yo nunca miraría para otro lado.
- Tú. Amigo mío, serías el primero. El primero en mirar para otro lado. El primero en decir…, ¡Corre, espabila, esta historia no va con nosotros! ¡Corre! - ¡Mentira! – El hombre ancho enteco se retorcía nervioso. Yo me escondí para que no me involucraran en su historia. Nunca me gustó el sabor de la muerte que vence a la vida.
- Todo está dicho. Nos vamos . ¿Cuánto se debe? – Pagaron y se perdieron los dos camino del Alto, sin mirar hacia atrás, discutiendo sin parar, como posesos. Y sus sombras se difuminaron entre Zorita y Alcollarín. Y yo volé hasta colocarme en la charca de las minas de arriba, entre las ovejas. Sin que me escucharan.

- ¿Quién tuvo la culpa? – Insistió el desconocido casposo como si se hubiera desatado una tormenta de nieve encima de su cuerpo.

- La culpa la tuvo el que miró y no vió.

- ¿Quién tuvo la culpa?

- El que la atropelló, la mutiló, quebró su voz para siempre, hirió su música humilde y aniquiló el motivo de su existencia,

- ¿Quién tuvo la culpa, amigo? .- Los ojos del sucedáneo de Tip se encolerizaban por momentos.

- Nunca fuí tu amigo, ¿Porqué insistes en llamarme así una y otra vez? Nunca seeré de tu cuerda. La culpa, amigo mío, fue del coche que conducía con aquella rapidez y se saltaba las curvas y rechinaban las ruedas.

- ¿Quién tuvo la culpa amigo? .- Verdaderamente cualquiera hubiera pensado que se trataba de algún pariente mío, repetidor como yo, en vez de la reencarnación viva de Alonso Quijano.

- Tú, tú tuviste la culpa.- Respondió con solemnidad el encantador de morcillas de vientre.Y yo decidí volar más alto, como solo alguna vez lo hice. Volando a mil pies de altura, por encima de la niebla, y aleteando por encima de los sentimientos me dirigí a mi encina en mitad de la dehesa. "Allegro ma non troppo" hacia mi domicilio con vater y calefacción. Y dije adiós a la Fe y a mis amigos de siempre. Y dije adiós a la Navidad, a la cual, también, consideraba mi compañera y se me transformó, como por arte de magia, en la chica atropellada y ultrajada en el alto de Zorita por dos desconocidos espectros que siguen habitando, apareciendo y desapareciendo a su antojo, en las solitarias carreteras de nuestros pueblos cansados.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Final de un largo viaje

Soy un loro. Un loro parlanchín que repite sin parar asiendo un cofre encantado que me ofrecieron mis amigos siameses del alma en una noche de huracán.... Soy un loro. La noche ha dejado de ser noche. La arboleda que cobija las tumbas de nuestros ancestros, sigue bailando de manera desinteresada. Todo es desinteresado en este estadio del pueblo. De Alcollarín. De la “la ciudad del tango”, del “pueblo de la poca pringue” y el de “las casas bonitas”. Ya se acaba mi viaje. Ya llego a las primeras casas, al huerto del tinte. Allí escucho las primeras voces sabias y las primeras brisas de la infancia. Allí escudriño desde el rincón encalado de la higuera las risas y las chanzas de mis padres y los guardianes de mi existencia: Eusebio y Daniela. Y los niños que correteábamos entre los ángulos precisos de la huerta. Y la réplica en negativo de nuestras estampas reflejadas en el pozo. Conversaciones, gritos de críos, pájaros, auras veraniegos inflados de fuego, otras voces lejanas, saludos sinceros, sudores del que vuelve de su mundo en la Cuesta; el irrefrenable vuelo de la cigüeña que nunca abandonó el “cerro de la coguta”...





Ya se acaba mi viaje. Entro en el pueblo, en sus casas recién encaladas, sabias y prestas a la mirada del intruso, del pueblo apretujado que se despereza cada mañana y nos enseña sus tripas de insidia, de olvido, de torpeza y egoísmo. Del pueblo amado, incrustado en los genes de los que somos de su pertenencia y somos llamados “forasteros”. Pero forastero es el que vilipendia , esquilma y se aprovecha de los espíritus que lo habitan... Ya se acaba mi vuelo. Ha llegado también mi “leitmotiv” y me poso encima del tejado de la casa de mis padres humanos. Desde allí veo como un grupo numeroso baila y canta alrededor de la fuente de los caballos, de la fuerza, de la potencia: - “El corro de la patata, comeremos ensalada, como comen los señores.... Más allá, en la amplia explanada recia de la era, veo retozarse unos gorrinos entre el pasto excesivamente crecido de esta primavera. Los guarros son blancos y sus ojos verdes y expresivos como todas las injusticias de la vida. - “Naranjitas y limones. A los pies, a los pies....” Pero los loros nunca nos bañamos en las charcas infestadas y llenas de garrapatas de las bestias. Y volé por encima del extremado azul del cielo alcollarinejo. Y algunas personas me pedían una explicación: - Sentadito me quedé, en la silla del marqués.... El grupo seguía dando vueltas sobre la fuente de los caballos y de sus rostros se escapaba un olor a azufre y uva. Pero yo me fui volando, de nuevo, hacia las corajas, Y la Virgen Santísima me susurró cosas profundas y misteriosas que me llevaré a lo más profundo de la tumba y de la tierra que llegará a taparme algún día. Amen.

sábado, 22 de noviembre de 2008

VIAJE A LAS CORAJAS (EPÍLOGO)

Hago un alto en los cantos desgastados de la presa. Cojo aire, lo necesito. Delante de mis ojos se expande un enorme bosque de matojos, de zarzales desbocados, de árboles, de juncos, de retamas, de..., Me creo una especie de príncipe feliz en busca de la bella durmiente que duerme sus últimos sueños en mi pueblo añorado. Pero antes, con mi pico en forma de espada tengo que vencer esta enorme maraña de malencarados vegetales que ciegan cualquier atisbo de camino. Es como si en este lugar las sombras, buenas y malas, hubieran dejando una huella de miles de años. Como si nadie hubiera pasado por aquí en ese tiempo y todo estuviera encantado. ¡Qué suerte tenemos los loros de volar! Me siento enorme al haber vencido esta desidia humana. Contento y enorme, algo atípico en los loros barrigones y arcaicos como yo. - Qué suerte tienes loro .- Escucho una voz de entre los nenúfares que cubren lo que queda de río. De un rescoldo de agua. Es una voz ignota pero sabia. Dulce pero precisa. Me parece divisar, entre esa amalgama de algas, dos ojillos saltones y risueños. - ¿Cuánto tiempo llevabas aquí, rana? - Mucho, demasiado. Desde el tiempo de las injusticias. Desde el principio del fin de lo que amo. - ¿Eres un filósofo o algo parecido? .- La rana soltó una gran carcajada que rebotó entre los poleos escusados. Y dijo: - El filósofo vive, piensa, razona y, luego, se acuesta y a otra cosa mariposa. Tiene su barriga llena y enseña a los demás sus teorías. Yo soy una rana saltarina, viajera y luchadora. Duermo, pero mis ojos saltones y mi lengua bífida siempre están alerta contra las moscas, moscones y demás repugnantes insectos.- En ese momento, saltó sobre una hoja que flotaba sobre el charco. - Bueno, rana, y dime..., ¿Qué príncipe liberará a la princesa que voy a ver dentro de un rato? - El que la ame de verdad. ¡Croac, croac! .- Y no me dio tiempo a la réplica. Cuando hube madurado su respuesta ya había desaparecido entre las turbias aguas después de un sonoro chapoteo. Más abajo, casi a la altura del charco de tío Gambero, me encontré a un caballero con brillante armadura y lanza en ristre sobre un blanco corcel.





El caballo se rebullía nervioso mientras el caballero escudriñaba algo en el fondo de la charca: - ¿Quién eres gran caballero? - Soy un campeón, ¿no lo ves loro? ¿Es que nunca has visto uno? Bueno, en mi caso un campeón veterano, harto de combates, de las cada vez más sufridas victorias y, claro, sonadas derrotas. Ya no soy el que fui... - ¿Y qué buscas en esa ciénaga? - Busco lo que otros antes que yo buscaron, las pasaeras de diamantes del imperio de este pueblo y los blasones que le dieron forma y fama. Dicen los expertos que descansan, mudas y desgastadas por el paso de los siglos a más de 9 leguas de profundidad. - Perdona mi desconocimiento..., pero, ¿Cómo pudieron llegar hasta allí? - Ah, profano. Fue en una noche de tormenta, de la aciaga furia de los vientos del olvido y el egoísmo la que provocaron el naufragio de estos emblemas. Nada se pudo hacer por ellas y ahí descansan para siempre... - Qué lastima caballero esto que cuentas. Me dan ganas de quedarme aquí sentado y llorar hasta el fin de los tiempos. - ¡No lo hagas loro! Sigue tu camino. Otros ya lo intentaron y fueron ahogados en la crecida de sus propias lágrimas. ¡Márchate loro, se está haciendo de noche y este lugar está acechado por fantasmas, espíritus en pena y sirenas de rostro de toro! ¡Márchate! .- Al decir esto el caballo relinchó y, dominado por su jinete campeón, comenzó a cabalgar en dirección al puente dejando tras de sí una enorme estela de polvo y hojarasca. La noche llegó, como lo hacen los ladrones, robándote lo que más aprecias y menos valor material tiene. De puntillas, sigilosa. No había luna y las sombras de los olivares parecían echarse encima de mi mullido cuerpecillo. Se levantó un imprevisto torbelino e aire que arrastró todo lo que pudo a su paso y que, apunto, estuvo también de engullirme a mi. Gruesos goterones de lluvia empezaron a chocar contra mi rostro y acabaron por empaparme completamente. Decidí cobijarme en una higuera, cerca del charco de tío Madaleno, hasta que pasara el huracán. A mi lado escuchaba, también, la respiración agitada de un humano aterido de frío. Al acercarme descubrí que eran unos siameses unidos por el corazón. Un hombre y una mujer que tiritaban sin parar. La mujer me dijo: - Hola loro te esperábamos hace años. - Hace siglos diría yo .- aseveró el hombre. - ¡Os conozco! Vosotros sois, vosotros..... - Sí loro, somos JMJI. Hemos pasado frío, el calor de la canícula, vientos y naufragios en ese río tranquilo que ahora divisas a tus patas. Te esperábamos para darte esto.- La mujer extrajo un cofrecillo forrado en cuero de una suerte de faltriquera y me lo ofreció. , .- Cógelo, loro, no tengas miedo. Esta cajita que nosotros heredamos de nuestros abuelos contiene lo que necesitarás cuando entres en el pueblo. - ¿Lo que necesitaré, dices? - Si. Cuando entres en el pueblo, te darás cuenta que ya no es el mismo que conociste ayer y que hay un gran cancerbero a su entrada que te lanzará miles de improperios y querrá ahuyentarte. Entonces, abre el cofre, agarra el papel que hay dentro y lee lo que hay escrito en el mismo.- La mujer miró a su pareja y sonrieron al unísono.



Y sus miradas eran limpias y sinceras. - ¿Quién es ese cancerbero? ¿Cómo sabéis vosotros esas cosas? - Nosotros estamos aquí, unidos por el amor que nos prometimos un día, hasta el fin de los días y desde el comienzo de las cosas... Muchos como tú han pasado antes y han sido advertidos. Unos creyeron y otros no; en eso consiste la libertad..- Habían hablado los dos a la vez y su voz se había engrandecido, como reverberada por el vendaval.

lunes, 17 de noviembre de 2008

VIAJE A LAS CORAJAS (II) ENGAÑOSA PAZ






Salí de la fuente “la lobera” loco de la libertad que añoró Segismundo en su sinvivir , al desembarazarme de las cadenas a las que me había sometido mi creador – No le guardo rencor, por cierto. Bastante tiene con lo que tiene -. El vuelo fue escaso y me tumbé al estilo romano en uno de los dos mil quinientos canchos de las corajas. Me senté a ver que lo que pasaba por mis pupilas demasiado dilatadas para la luz que las invadía en esos momentos. En “Las corajas” siempre pasa algo. Del derrotista deambular de las ovejas milenarias, de los verdes pastos encendidos como luciérnagas siempre asciende hacia el cancho el suspiro incandescente de alguna enamorada que nos espera entre el amasijo de cinojos y juncos del río escondido. Respiro . Traigo a mi ese aroma húmedo, inconfundible, capaz de reventar los pulmones del despistado profano. Ese cendal azucarado capaz de empalagar todos los sentidos del que huye del amor como un desesperado.... En “Las corajas siempre pasa algo”. Y lo que se adivina delante de nuestros rostros nunca se corresponde con la realidad de nuestros pensamientos. El tolón-tolón de las bestias puede escucharse como alguna sinfonía del músico loco que se quitó la vida en el remanso cristalino de cualquier charca sin saber todavía porqué. Y la encina que hiere lo que araña a su paso y hasta forma cuevas y entresijos ignotos parece tener brazos en vez de ramas y tapados nidos, tal que pisos de 10 m2 a precio ganga. Cuando observo esa encina, es como si miles de púas de vapor de agua apuñalaran mi cuerpecillo medio desplumado y acabaran de desvencijarme para siempre. Nada en “Las corajas” es como la habíamos pensado. Allí, entre sus canchos extravagantes, entre sus grutas naturales, entre sus guaridas repletas de sueños incumplidos se aparecen, a menudo, los duendes, los reyes del bosque, sin cejar en su empeño de avisarnos de lo que se avecina en el mundo de los humanos. Se aparecen los espíritus de aquellos que imaginaron una tierra extremeña enorme, rica y dinámica; y no un enorme vergel agonizando al compás de cuatro políticos corruptos y déspotas que nunca han amado la tierra que les ofreció la primera teta....






Me acurruqué en los entresijos del chaparral a acabar de ver las cosas quietas; a notar como el aura de la tarde meneaba mi escaso plumaje y revoloteaba entre mis ojillos esféricos de loro viejo. Me tumbé en posición fetal – extraña postura para un ave parlanchina – para observar cómo la madre Naturaleza a través de las indeterminadas dagas de la primavera derrumbaba todo lo establecido y ahorrado por los días de oscuridad y frío. Para comprobar cómo la Naturaleza utiliza a sus enjambres de dioses para ofrecer vida y destruirla.... - Qué a gusto se está aquí..., no quisiera nunca marcharme. - No te marches. ¿Porqué ibas a hacerlo? ¿Porqué abandonar lo que amas y llevas en tu interior pegado como una gota de nieve....? - SJV no dejó de sonreír mientras mascaba una especie de trocito de junco que hacía las veces de palillo.
También miraba como yo, sentado en el frío cancho, la enorme estampa de vida que desfilaba delante de nuestros ojos a modo de película. - La nieve se derrite.... - Muere para que nazca la vida en las entrañas de la tierra. No te vayas...- Cuando me giré para responderle, solo quedaba silencio en aquella silla mágica; solo quedaba un extraño perfume humano, un trocito de junco y el eco de una gran carcajada revolviéndose entre los arbustos de los cerrillos. Finalmente, muy a mi pesar, decidí salir de aquella maraña de hojas punzantes y helados rollos. Desentumí las alas y volé directo a mi querido pueblo. Una abubilla se reveló contra mi torpe vuelo porque creía que su nido, que su prole estaba en peligro: - Tampoco es para tanto - También es verdad loro. El cuco hacía sus estragos entre los nidos prestados de inocentes urracas, muy al estilo de muchos humanos capaces de deslegitimar familias enteras con sus incansables siembras.... El cuco cantaba antes de tiempo. - Señor loro, hoy tenemos revoltillo de espárragos de “La tiesa” con gambas de San Lucar, cocochas de bacalao y huevos de tía Belina. De Segundo, puede probar sin reparos una deliciosa caldereta de cabrito de ·La Charnecosa” con patatas a lo pobre y ensalada de cardillo, pimiento rojo asado y requesón de mi rebaño al sabor de cinojo; o, querido huésped, un delicioso cochinillo al estilo cochifrito con ajo y pimiento como mandan los cánones. Todo esto, claro está, regado con buenos caldos tintos de la vega de Alcollarín. Pase, pase, no sea tímido..., ahí tiene mi pitarra de este año..- El Ventero hizo una pausa. Alcanzó un cacillo y tomó una muestra del vino que cató al modo de un experto sumiller, entornando los ojos y chasqueando su boca entre toma y toma..- Huummm, delicioso. Maravilloso. Este año, mejor si cabe que el pasado. Ha llovido en su justa medida, ni mucho ni poco, más bien poco. Invierno de hielo y verano con un buen solano repartiendo estopa a diestro y siniestro. Perfecto. - Muy agradecido quedo Sr. Ventero. Me he quedado mudo por otros cientos de años. - No me diga eso, por favor. En esta casa. En la casa del Ventero del Collado los invitados son reyes. Más que reyes diría yo, verdad IDF? – IDF Daba cuenta del cuchifrito y, apenas tuvo tiempo, siquiera, de asentir con la cabeza, tan enfrascado como estaba. - Querido Loro. Amigo mío de andanzas, de alegría y pesares. ¿Dónde narices vas con tanta prisa y ese aire desgalamío que llevas? Quédate con nosotros un rato. Te estábamos esperando. Quédate alrededor de esta lumbre que hemos preparado..- Dijo IDF soltando una deliciosa presa del manjar. - Quédate con nosotros hermano loro. En esta mesa camilla que ha preparado amablemente el Ventero, cabemos más. Y caben muchas más conversaciones. Te esperábamos loro. Mis duendecillos, mi esposo humano, que por cierto quería invitarte a jugar al ajedrez, y yo mismo. Se está a gusto en este lugar que ha preparado nuestro amigo.....- Comentó puwill sin dejar de remover las ascuas moribundas del brasero. - Se está bien aquí amigos míos. Y, verdaderamente, los manjares que anuncia el Ventero son estos. Son vuestras conversaciones y vuestra amistad. Lo que yo jamás había sospechado en mis numerosos vuelos por esta zona, es que de entre las ruinas casi destruidas (como si hubieran caído todas las bombas del tiempo juntas sobre ella) de la casa de “Los Joseones” se hubiera habilitado una posada tan pintoresco, tan hermoso.
Construido con piedra de cantería, chimenea y tejado de pizarra negra y un dintel de granito donde en letras góticas se podía leer: + 1522 Ave Maria Puríssima. En aquella venta improvisada en mitad del abertal; con sus anejos, su servicio, su huerto y su ganado propio; había un auténtico ir y venir de gentes irreconocibles por sus atuendos de siglos pasados. Iban y venían. Se saludaban a grito pelado; se sonreían y se contaban sus cosas. Pero sobretodo, sobretodos, destacaba aquel ventero afanoso, honesto y profesional que atendía al personal como nunca antes había visto en mis múltiples viajes a la gran Ciudad. Cuando acabé de comer me dijo: - No te vayas, loro. Estás cansado. Tienes una habitación doble preparada con yacusi y todo si quieres. Reflexiona... - Gracias Sr. Ventero. Tengo que seguir mi camino.... Y con el estómago cada vez más lleno y el cerebro medio aborregado por el vino denso de la pitarra de mi amigo, seguí volando. Y desde la altura estratosférica (bueno, menos lobos, desde unos tres metros) descubrí una extravagante romería que cubría todo el camino lindante con la presa; con el antiguo lugar donde tanto se bañaron los lugareños en otra época, más luminosa que esta. Bueno, tal vez igual de luminosa que esta. Seguramente, menos luminosa que esta.... La mayoría estaba desperdigada por el tupido herbazal, cantando canciones olvidabas, jugando a la cuatrola, a la pelota, con sus niños, con sus cientos de niños de todas las edades. ¡Cuantas risotadas! ¡Cuántas voces! ¡Cuánta música! Llegaba a mis amodorrados oídos. Tanto, que llegué finalmente a despertarme, a amanecer en un nuevo mundo, en un nuevo pueblo hecho con el tesón de muchos amigos y sus creencias y múltiples folclores.... - Loro, espabila! - Estoy cansado querido mochuelo.... - Los loros no se cansan. Solo repiten lo que dicen los humanos. Mira ahí abajo, mira qué fiesta. ¿Nos acercamos? .- El mochuelo parecía entusiasmado con la idea. Su plumaje era terso y brillante y las pupilas de sus ojos se contraían y dilataban sin parar a causa de la emoción que le producían aquellas imágenes. Era un mochuelo joven; pero su alma y su bondad eran las de un niño, las de alguien recién nacido en este mundo de horrores. - ¿Vamos loro? Desde la presa, muchos nos hacían gestos para descender y compartir la juerga con ellos. Estaban radiantes. Sus vestidos eran escasos y vaporosos, a pesar del frío escapado de un invierno ya finalizado. Eran felices y sus miradas no eran de este mundo.... Mi gran amigo mochuelo bajó con ellos y estuvieron bailando hasta altas horas de la madrugada hasta quedar derrengados y arropados entre los juncos del río. Me miró y me sonrió con las blancas sonrisas de los hombres sabios y buenos; y yo me marché y seguí volando mi vuelo finito y predeterminado y maldije otra vez mi suerte....

domingo, 16 de noviembre de 2008

VIAJE A LAS CORAJAS (I)

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.. “La metamorfosis” . Kafka)


(Aun el necio si calla pasará por sabio. Por inteligente si cierra sus labios. “Proverbios”)


Soy un loro. Un loro demasiado calvo para ser loro, hasta el punto que mis congéneres me llaman el Mortadelo de los de mi especie. Esto siempre me irrita ya que, si de apodos se trata, me hubiera gustado más que me llamaran Filemón; no solo por sus dos pelos medio derrumbados sobre la calva intacta, sino también por lo bonachón, inútil y absurdo del personaje, mucho más acorde con mis características....




fotografía: Rafael Martín


Soy un loro y los loros hemos nacido para repetir lo que otros dicen y, también, para perpetuarnos ahora que la primavera ha llegado y las hormonas se disparan hasta límites insospechados. Creíais que me había olvidado de vosotros, después del encierro al que el otro calvo que me insufló la vida me hubo condenado. El muy.... (Hay demasiados alopécicos en el mundo, demasiados.....). No, no creáis lo que os susurran al oído los espíritus en pena. No, no creáis lo que las neuronas juzgan en la cocina del cerebro; esa que siempre cree tener la razón y se revela contra las sustancias eternas del ser.... No, no me había olvidado de vosotros, al revés, os he tenido en mente desde el principio de los tiempos en el año menos 2 antes del mundo y he soñado vuestros sueños como no puede ser de otra manera. Pero un día me comí un cochinillo en La Haba donde, además, no había sido invitado y me “esguarramillé” vivo por arriba y por abajo y pedí asistencia y no pude mover mi maltrecho plumaje en todo ese tiempo. Un tiempo que, por cierto, me pareció eterno....

martes, 11 de noviembre de 2008

VIAJE A LA SIERRA DEL PUERTO






CUADERNOS DE VIAJES (I)





Hola amigos. Empiezo esta serie de viajes y aventuras imaginarias o no tanto, según si mire. Viajes alados por encima de todas las cosas y causas que mecen y duermen duermen a pueblos enteros con sus falaces nanas, armados de esas garras tan sutiles pero afiladas en poder de la insidia, el odio, la codicia y la opresión. Después de todo esto siempre queda la fuerza incontrolada y bella de la naturaleza y sus hijos bastardos pero nobles. Luego de todos estos vuelos siempre queda... La literatura. Un abrazo amigos, espero que os gusten estos apuntes.









Primero escuché a las golondrinas, inmersas en chillonas pláticas sobre el índice de precios al consumo, las hipotecas que penden de los nidos, lo caprichoso y abominable que resulta la meteorología en este país y, en fin, sobre todas esas cosas de las que, habitualmente, discutimos los pájaros. Luego, vienen otras conversaciones, otros gritos, otros sonidos que se entrecortan como si hubieran pedido turno y alguien se lo hubiera otorgado. Verderones, cogutas, palomos - y no palomas - henchidos de sexo, perdices sabiamente escondidas, abubillas, colorines y, entre todos, el majestuoso y mentiroso canto del cuco. Pero mis amigas las urracas todavía duermen nidos que no les corresponden. Siempre el más listo de los pájaros es el más ultrajado y engañado...
Quiero volar más alto. Quiero atravesar las deshilachadas nubes de los últimos chubascos, quiero flotar entre estos bastardos algodones que resultan del dibujo picassiano de un dios venido a menos. Desde la altura el olor a pasto mojado, del pasto del barbecho que empieza a amarillear, aun a sabiendas que eso significa el fin de la vida, revienta e inflama cualquier rincón de mi alma, de mis neuronas, de mi longeva memoria, como si fueran ascuas recién extraídas de las fraguas de vulcano. ¡Qué fragancia acuña mejor en nuestro espíritu el sentimiento de lo bueno, que esa rancia sublimación de las gotas de rocío sobre las hierbas de nuestros campos! ¡ Qué vino de pitarra, que todavía a estas horas no he bebido, puede transportarme a un estado de éxtasis más maravilloso que esa fragancia espontánea de la lluvia moribunda encima de la dehesa! la luz ha herido el lienzo del limbo, en el cual las cosas se materializan y los pensamientos permanecen constantes, sin avisar. Sin establecer un protocolo. La luz ha venido de repente, mutilando las tinieblas a su paso sin una excusa, sin una palabra de consuelo, sin una bendición. La luz aparece y no necesita ser presentada. Ella no está aquí para los humanos que dormitan en sus lechos y meditan, sin saberlo, grandes abominaciones pero, también, grandes bondades. La luz hace acto de presencia para las cosas y las causas del campo, del abertal, del barbecho, de la dehesa solitaria...

De los lejos, de la "mudiona", llega el ladrido quejumbroso e histérico de algún perro encerrado en una rutina que, seguramente, repudiaría. De lo lejos, de la "dehesa de la boticaria", ´también emana la cadencia musical de los cencerros de las reses. Las vacas te escrutan con sus enormes sabios ojos y parecen sonreír, como reprochándonos a los pájaros hiperactivos y a los, en exceso, ambiciosos humanos, lo ruín que es nuestra vida, y lo bien que se queda el cuerpo dentro del pausado trajín del rumiante de flores e ideas. Ningún animal es amigo del hombre, salvo el hombre. En la casucha casi derruida de "los joseones" habita un centenario fantasma renegado. Todo su afán es garabatear torpemente las paredes de su fortaleza con escuetas frases de amor a una amada que él mismo inventó. El fantasma sabe que este mundo no es de su mundo y, por ese motivo, rechina regularmente sus dientes y aulla en las noches de "pelua" y cielo demasiado estrellado. Este fantasma no pertenece a la especie humana, muy proclive, éste último, a las cadenas y al escándalo nocturno. Este fantasma es recatado, escribe poesía en las paredes y se emborracha con el cenagal de las aguas de la presa. Dentro de poco, ya ni siquiera será un fantasma... En la charnecosa, los caminos se estrellan de forma obcecada contra las derrumbadas paredes empedradas de las cercas. Contra las piedras oxidadas y abandonadas a su suerte que suspiran por alguna mano que, como a Lázaro, consiga resucitar. Descubro sendas de las que huye hasta el polvo, donde el céfiro del solano habla historias antiguas; historias de miles de sombras que vienen y van, que carraspean, que se saludan entre los albores de la mañana de manera recia y sincera; miles de sombras cargadas de aperos de labranza, dirigiéndose a sus huertos, a sus sembrados, a sus fincas.
Miles de sombras que vienen y van en busca de su grial, del caldo maravilloso que logrará salvarles, a ellos y a sus numerosos hijos. Miles de sombras en busca de su sombra. El céfiro de la mañana te trae estos anhelos, los primeros del día, los más puros e intensos, el deseo con el que te acuestas la noche anterior, con el que la noche fotografía tus recuerdos. Luego, la mañana, te dice otras cosas, y las millones de sombras que aventan los caminos de voces, de sudores recién estrenados y cánticos, desaparecen, y la arenilla que desprende la soledad ciega tus ojos. En este caso mis ojos redondos y, más bien, enanos. Pero este vuelo tiene un fin. Un objetivo. Tengo que llegar, como sea, a la Sierra del Puerto. Allí, debo saludar, sin falta, al pastor que habita la montaña más embrujada de la comarca desde hace miles de años. Mi último encuentro con él fue hace treinta años y, desde entonces, no he vuelto a verle, a saludarle. Treinta años es nada para un loro longevo. Deseo que para el pastor guardián de los secretos tampoco signifique mucho. ya llego al chamizo de barro, rodeado de cachos y jaras, de un sol alto que pugna por descubrir secretos que le son prohibidos. Allí encuentro al pastor, con su misma chaqueta de pana de antaño colgada del calamancho, con sus cabras desperdigadas por la loma sagrada.

Allí le encuentro, en la misma postura que años atrás, sentado. Con aquella sabia diminuta mirada brillante solo destinada a las sirenas que nos hablan sus sofismas en las noches de insomnio. Allí está, acuclillado, comiendo con parsimonia una sopa de tomate y un queso de la leche de sus "hijas". Mudo, impasible, viendo pasar el tiempo delante del tiempo, igual que hacemos los loros algunas veces. Igual que hacía años atrás cuando yo era más joven y él igual de viejo. El pastor se levanta con orden aprehendido, me mira de soslayo y emite una leve sonrisa que, a duras penas, parece una realidad. Me deja las sobras de la sopa de tomate que tanto me gusta y, sale del chozo sin dejar de emitir esa enigmática sonrisa de eterno hombre viejo. Sus cabras le esperan y se alborozan cuando presumen su presencia. El pastor mira hacia la guarida donde yo doy fin, vorazmente, al suculento manjar prestado, y me lanza un guiño y una frase ininteligible que el viento de la montaña se encarga de borrar rápidamente. He creído entender que me espera dentro de treinta años. Por supuesto, eso para mí, es un suspiro. El pastor se pierde entre el canchal y las retamas; desaparece como el fantasma de "los joseones". Sé que siempre esperará mi próxima visita, y yo volaré para renovar mi alma y mis ansias de libertad. El pastor es libre. Antes de llegar a mi encina, en el cerro de la coguta, he visto a un hombre completamente desnudo lanzar al aire pequeños trozos de papel. Cada papel tenía un número distinto impreso. Algunos de ellos han trabado mi vuelo. Yo nunca he creído demasiado en el azar.

viernes, 7 de noviembre de 2008

EL BESO










Te besé un instante


te susurré mi amor


pero mi amor era improvisado



como son las colmenas en el desierto



como son las olas de los ríos



y los trinos de los jilgueros....


te susurré mi amor de repente



suavemente



despacio



y sonreíste con tus labios entreabiertos



y desapareciste entre un millón de calles


y me regalaste un guiño desde la lejanía



y un beso humedecido por la brisa


y yo lo recogí con mimo


igual que un niño primerizo en todo


solo para adivinar

que en ese instante te perdía





viernes, 24 de octubre de 2008

Fotos de mi primo Rafael Martín












Hola amigos. Os presento estas fotos de mi primo Rafael. ¿Que quién es mi primo? Pues no, no es el de zumosol. Se trata de un pedazo de persona, catalán de nacimiento -como yo, vamos - y madrileño de adopción. Un figura de la fotografía, un ornitólogo que tiene "calaos" a más de un pajaro, y de de dos( y álguno más que pulula por esos mundos de dios. A esos no les pone anillo; les saca los colores directamente. Así es Rafael)... Un enamorado de la naturaleza, todo sensibilidad e inteligencia. Con ver su obra creo que ya os hacéis una idea.
Un abrazo Rafaelín (estos días hemos estado bromeando con aquel coche rojo a pedales de tu niñez, con el primer coche allá por los años setenta en el que mi hermana Montse y yo hicimos las primeras prácticas de auto, jejejejejejej. Y sino que se lo pregunten a tu madre).
Un saludo, amigos, espero que os gusten estas imágenes.


















































Soy un loro. Un achacoso loro cuyo plumaje multicolor se destiñe con el paso del tiempo. Hoy vuelo enrabietado, tan alto como puedo. Antes del alba, antes de que la luz traicione los sentimientos nobles de la noche. En ese espacio en la que la noche quiere disfrazarse de día y la luz rehuye y reniega, como si nunca la hubiera conocido, de la noche. Emprendo el torpe vuelo desde mi joven encina llena de tesoros escondidos entre sus raíces, enajenado por la multitud de cadencias silenciosas que calumnian la oscuridad, y de sus aromas. Pero los aromas - como extrañas colonias todavía no inventadas - provenientes de las juncias, de los poleos, de los hinojos y gordolobos del río muerto, herido por el demonio de la sequía, son como barbitúricos que te embriagan y te impiden avanzar, ver, razonar, palpar... Solo sabes que esos aromas inflamados por las últimas tormentas, representan la vida, el alma, lo profundo, lo ignoto, lo anterior a este mundo, lo extranjero a este mundo...Antes de que el primer rayo del alba, despeine mis deseos más escondidos, antes de que la luz hiera de muerte mi primer pensamiento, mi callado vuelo; he comenzado a oír en perfecto orden todas las voces del abertal. Todas en perfecto orden aprehendido, como si una mano acechante, señalara a dedo quién tiene la palabra y quién no.





En fin, amigos, los loros siempre repetimos lo que dicen los demás.

Los loros somos animales de compañía, aunque cuando recordamos la amalgama selvática donde compusimos nuestros primos trinos; nos volvemos un poco ásperos y como andróginos y nos da por cercenar el falso dedo amable de algún especímen turistoide, de esos que van de paso por aquí y por allá sacando a la penunbra de este silencio donde habito toda una gama de tonterías prendidas de su kodak que yo tampoco he logrado aprender. Pero, eso sí, la sangre nunca llega al río, no en vano los loros somos pájaros vociferantes aunque pacíficos. Bastante tenemos con lo que tenemos en la selva. Con estas máquinas que fabrican campos de furbol allanados donde antes había naturaleza y destrozan los nidos de los hijos de Dios.

Agur














































































































jueves, 16 de octubre de 2008

"Ya se llevan al conde.."




(coro)

Ya se llevan al conde
Ya los luceros se encienden

Ya la sangre del duque,
Entre cuervos y salteadores
Arropa las heridas del olivo

Ya se llevan al conde
A donde los llantos ofenden
A donde las ánimas
Y los gritos de los besos
Se funden y se esconden
( "El Conde de Alcollarín")

lunes, 13 de octubre de 2008

Boda del año II y otros moños






















Aquí os dejo un nuevo capítulo del gran acontecimiento. Recalco lo de los moños, quizás porque siempre, desde la más tierna infancia, llamaron mi atención aquellos moños a modo de cebolla que exhibían nuestras perpetuamente enlutadas abuelas. El peinado recogido en aquella "cebolla" grisácea, de mayor o menor tamaño en función de la alopecia de la susodicha, formó parte del pensamiento único de una época llena de claroscuros, aunque bien es cierto que la luz la ponía un pueblo alegre, dicharachero y imbuido de sus inacabables folclores; y el oscuro la raza política, artística y burguesa que le gobernaba. Vamos, tampoco muy diferente a las prácticas de sus cachorritos que hoy en día, habiendo sabido tomar el relevo sin mayores melodramas, también nos "instruyen" con excelsos valores...
Decía que el tema de los moños y que, de forma inercial, siempre provoca en mi una huida hacia el pasado; inspiró un cuento que escribí cuando apenas contaba dieciocho años y que rezaba algo así como: "El último moño de Alcollarín". Otro de los muchos pecados de juventud que cometí y que guardo celosamente en un baúl sellado con tres candados y un cancerbero a lo pitbull en el umbral para espantar a ávidos curiosones; porque, nos guste o no, uno ya empieza a estar hasta el moño de todo.
Un saludo, amigos.


















sábado, 20 de septiembre de 2008

La Reina de "La cueva"


LA REINA DE "LA CUEVA" (POEMA)
Dedicado a esas mujeres
que aparecen invisibles;
a la musa esquiva que nos hizo sufrir
que nos hizo soñar sueños de insomnio.
¡Dedicada a ellas...!



Descansaba plácido en el cálido cancho
ahuyentando, entre las fragancias de los tomillos,
los demonios que me perseguían desde la ciudad grande.

El sol, en lo alto... Lleno de Dios.
La dehesa verde, muriendo en su horizonte..., primorosa

Y te vi caminar pausada, hermosa mujer
y tus ojos anochecidos
relucían igual que luceros dentro de la cruel sombra.
Y centelleaban, todavía, en tus pómulos,
semejantes a dos gotas de fría lluvia mansa,
dos lágrimas que cegaron mi alma.

Triste y transida andabas, bella mujer.
Que seguro no tenías, quien al oído,
enmedio de estos abandonados barbechos,
con la severa voz sincera
que se unta aún de las esencias
de romeros y jaras;
te susurrara cómplices secretos.
Que te faltaba la mano recia

revestida del trabajo honesto de sol a sol,
curtida al amparo de las dehesas y los chaparros,
que acariciara tus cabellos enaltecidos.
O quien, entre murmullos imaginarios,
como actores intangibles de besos y caricias,
regalara a tus labios una palabra,
una voz confundida con el alba: un TE QUIERO.

Triste y abandonada caminabas,
que yo te descubrí desde el cálido cancho,
cuando todavía se agitaban en mis entrañas,
en las paredes transparentes de esta fiesta en "la Cueva",
en los muros insobornables de este Lunes de Pascua,
los fragores innecesarios de la necia ciudad gigante.

Y aquellas dos lágrimas,
oscuras igual que jirones de bruma densa,hirieron para siempre mis pupilas.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Bautismo conmigo mismo

Bueno amigos del internés; pues solo comentar que me decidí al fin por esto tan de moda, tan "in", tan tan (¿os acordáis del capitán tan tan de los chiripitiflaúticos?), por este mundo de los blocs (y qué más da que ponga bloc, si todos decimos bloc aunque sea blog. Es que, a ver, el término blog es que suena como a sapo, como a asco, no sé. Puede ser hasta el nombre sagrado de una suegra...)
Bueno, amigos del internés. Lo dicho, que me presento de largo, con falda hasta el tobillo, pamela y maquillado para la ocasión. Me presento en esta morada, donde todo el mundo dice lo que le sale de los reales, y no seré yo mucho menos que ellos. Os escribiré cosas, os ofreceré fotos "políticamente correctas" por aquello del que dirán... y si, al final de tanto "enreo", escribo para mi mismo y hablo yo solo; pues también resultará una acertada opción, pues la introspección, el autonálisis (ahora tan en boga con esto de los Lehman hermanos) y la oración (también bajamos al euríbor brothers del pedestal) deben formar parte de nuestro padrenuestro cotidiano ("Tú que estas en los cielos"). Amén. Un saludo desde este modesto rincón del mundo. ¡Hasta la vista!