miércoles, 26 de noviembre de 2008

Final de un largo viaje

Soy un loro. Un loro parlanchín que repite sin parar asiendo un cofre encantado que me ofrecieron mis amigos siameses del alma en una noche de huracán.... Soy un loro. La noche ha dejado de ser noche. La arboleda que cobija las tumbas de nuestros ancestros, sigue bailando de manera desinteresada. Todo es desinteresado en este estadio del pueblo. De Alcollarín. De la “la ciudad del tango”, del “pueblo de la poca pringue” y el de “las casas bonitas”. Ya se acaba mi viaje. Ya llego a las primeras casas, al huerto del tinte. Allí escucho las primeras voces sabias y las primeras brisas de la infancia. Allí escudriño desde el rincón encalado de la higuera las risas y las chanzas de mis padres y los guardianes de mi existencia: Eusebio y Daniela. Y los niños que correteábamos entre los ángulos precisos de la huerta. Y la réplica en negativo de nuestras estampas reflejadas en el pozo. Conversaciones, gritos de críos, pájaros, auras veraniegos inflados de fuego, otras voces lejanas, saludos sinceros, sudores del que vuelve de su mundo en la Cuesta; el irrefrenable vuelo de la cigüeña que nunca abandonó el “cerro de la coguta”...





Ya se acaba mi viaje. Entro en el pueblo, en sus casas recién encaladas, sabias y prestas a la mirada del intruso, del pueblo apretujado que se despereza cada mañana y nos enseña sus tripas de insidia, de olvido, de torpeza y egoísmo. Del pueblo amado, incrustado en los genes de los que somos de su pertenencia y somos llamados “forasteros”. Pero forastero es el que vilipendia , esquilma y se aprovecha de los espíritus que lo habitan... Ya se acaba mi vuelo. Ha llegado también mi “leitmotiv” y me poso encima del tejado de la casa de mis padres humanos. Desde allí veo como un grupo numeroso baila y canta alrededor de la fuente de los caballos, de la fuerza, de la potencia: - “El corro de la patata, comeremos ensalada, como comen los señores.... Más allá, en la amplia explanada recia de la era, veo retozarse unos gorrinos entre el pasto excesivamente crecido de esta primavera. Los guarros son blancos y sus ojos verdes y expresivos como todas las injusticias de la vida. - “Naranjitas y limones. A los pies, a los pies....” Pero los loros nunca nos bañamos en las charcas infestadas y llenas de garrapatas de las bestias. Y volé por encima del extremado azul del cielo alcollarinejo. Y algunas personas me pedían una explicación: - Sentadito me quedé, en la silla del marqués.... El grupo seguía dando vueltas sobre la fuente de los caballos y de sus rostros se escapaba un olor a azufre y uva. Pero yo me fui volando, de nuevo, hacia las corajas, Y la Virgen Santísima me susurró cosas profundas y misteriosas que me llevaré a lo más profundo de la tumba y de la tierra que llegará a taparme algún día. Amen.

sábado, 22 de noviembre de 2008

VIAJE A LAS CORAJAS (EPÍLOGO)

Hago un alto en los cantos desgastados de la presa. Cojo aire, lo necesito. Delante de mis ojos se expande un enorme bosque de matojos, de zarzales desbocados, de árboles, de juncos, de retamas, de..., Me creo una especie de príncipe feliz en busca de la bella durmiente que duerme sus últimos sueños en mi pueblo añorado. Pero antes, con mi pico en forma de espada tengo que vencer esta enorme maraña de malencarados vegetales que ciegan cualquier atisbo de camino. Es como si en este lugar las sombras, buenas y malas, hubieran dejando una huella de miles de años. Como si nadie hubiera pasado por aquí en ese tiempo y todo estuviera encantado. ¡Qué suerte tenemos los loros de volar! Me siento enorme al haber vencido esta desidia humana. Contento y enorme, algo atípico en los loros barrigones y arcaicos como yo. - Qué suerte tienes loro .- Escucho una voz de entre los nenúfares que cubren lo que queda de río. De un rescoldo de agua. Es una voz ignota pero sabia. Dulce pero precisa. Me parece divisar, entre esa amalgama de algas, dos ojillos saltones y risueños. - ¿Cuánto tiempo llevabas aquí, rana? - Mucho, demasiado. Desde el tiempo de las injusticias. Desde el principio del fin de lo que amo. - ¿Eres un filósofo o algo parecido? .- La rana soltó una gran carcajada que rebotó entre los poleos escusados. Y dijo: - El filósofo vive, piensa, razona y, luego, se acuesta y a otra cosa mariposa. Tiene su barriga llena y enseña a los demás sus teorías. Yo soy una rana saltarina, viajera y luchadora. Duermo, pero mis ojos saltones y mi lengua bífida siempre están alerta contra las moscas, moscones y demás repugnantes insectos.- En ese momento, saltó sobre una hoja que flotaba sobre el charco. - Bueno, rana, y dime..., ¿Qué príncipe liberará a la princesa que voy a ver dentro de un rato? - El que la ame de verdad. ¡Croac, croac! .- Y no me dio tiempo a la réplica. Cuando hube madurado su respuesta ya había desaparecido entre las turbias aguas después de un sonoro chapoteo. Más abajo, casi a la altura del charco de tío Gambero, me encontré a un caballero con brillante armadura y lanza en ristre sobre un blanco corcel.





El caballo se rebullía nervioso mientras el caballero escudriñaba algo en el fondo de la charca: - ¿Quién eres gran caballero? - Soy un campeón, ¿no lo ves loro? ¿Es que nunca has visto uno? Bueno, en mi caso un campeón veterano, harto de combates, de las cada vez más sufridas victorias y, claro, sonadas derrotas. Ya no soy el que fui... - ¿Y qué buscas en esa ciénaga? - Busco lo que otros antes que yo buscaron, las pasaeras de diamantes del imperio de este pueblo y los blasones que le dieron forma y fama. Dicen los expertos que descansan, mudas y desgastadas por el paso de los siglos a más de 9 leguas de profundidad. - Perdona mi desconocimiento..., pero, ¿Cómo pudieron llegar hasta allí? - Ah, profano. Fue en una noche de tormenta, de la aciaga furia de los vientos del olvido y el egoísmo la que provocaron el naufragio de estos emblemas. Nada se pudo hacer por ellas y ahí descansan para siempre... - Qué lastima caballero esto que cuentas. Me dan ganas de quedarme aquí sentado y llorar hasta el fin de los tiempos. - ¡No lo hagas loro! Sigue tu camino. Otros ya lo intentaron y fueron ahogados en la crecida de sus propias lágrimas. ¡Márchate loro, se está haciendo de noche y este lugar está acechado por fantasmas, espíritus en pena y sirenas de rostro de toro! ¡Márchate! .- Al decir esto el caballo relinchó y, dominado por su jinete campeón, comenzó a cabalgar en dirección al puente dejando tras de sí una enorme estela de polvo y hojarasca. La noche llegó, como lo hacen los ladrones, robándote lo que más aprecias y menos valor material tiene. De puntillas, sigilosa. No había luna y las sombras de los olivares parecían echarse encima de mi mullido cuerpecillo. Se levantó un imprevisto torbelino e aire que arrastró todo lo que pudo a su paso y que, apunto, estuvo también de engullirme a mi. Gruesos goterones de lluvia empezaron a chocar contra mi rostro y acabaron por empaparme completamente. Decidí cobijarme en una higuera, cerca del charco de tío Madaleno, hasta que pasara el huracán. A mi lado escuchaba, también, la respiración agitada de un humano aterido de frío. Al acercarme descubrí que eran unos siameses unidos por el corazón. Un hombre y una mujer que tiritaban sin parar. La mujer me dijo: - Hola loro te esperábamos hace años. - Hace siglos diría yo .- aseveró el hombre. - ¡Os conozco! Vosotros sois, vosotros..... - Sí loro, somos JMJI. Hemos pasado frío, el calor de la canícula, vientos y naufragios en ese río tranquilo que ahora divisas a tus patas. Te esperábamos para darte esto.- La mujer extrajo un cofrecillo forrado en cuero de una suerte de faltriquera y me lo ofreció. , .- Cógelo, loro, no tengas miedo. Esta cajita que nosotros heredamos de nuestros abuelos contiene lo que necesitarás cuando entres en el pueblo. - ¿Lo que necesitaré, dices? - Si. Cuando entres en el pueblo, te darás cuenta que ya no es el mismo que conociste ayer y que hay un gran cancerbero a su entrada que te lanzará miles de improperios y querrá ahuyentarte. Entonces, abre el cofre, agarra el papel que hay dentro y lee lo que hay escrito en el mismo.- La mujer miró a su pareja y sonrieron al unísono.



Y sus miradas eran limpias y sinceras. - ¿Quién es ese cancerbero? ¿Cómo sabéis vosotros esas cosas? - Nosotros estamos aquí, unidos por el amor que nos prometimos un día, hasta el fin de los días y desde el comienzo de las cosas... Muchos como tú han pasado antes y han sido advertidos. Unos creyeron y otros no; en eso consiste la libertad..- Habían hablado los dos a la vez y su voz se había engrandecido, como reverberada por el vendaval.

lunes, 17 de noviembre de 2008

VIAJE A LAS CORAJAS (II) ENGAÑOSA PAZ






Salí de la fuente “la lobera” loco de la libertad que añoró Segismundo en su sinvivir , al desembarazarme de las cadenas a las que me había sometido mi creador – No le guardo rencor, por cierto. Bastante tiene con lo que tiene -. El vuelo fue escaso y me tumbé al estilo romano en uno de los dos mil quinientos canchos de las corajas. Me senté a ver que lo que pasaba por mis pupilas demasiado dilatadas para la luz que las invadía en esos momentos. En “Las corajas” siempre pasa algo. Del derrotista deambular de las ovejas milenarias, de los verdes pastos encendidos como luciérnagas siempre asciende hacia el cancho el suspiro incandescente de alguna enamorada que nos espera entre el amasijo de cinojos y juncos del río escondido. Respiro . Traigo a mi ese aroma húmedo, inconfundible, capaz de reventar los pulmones del despistado profano. Ese cendal azucarado capaz de empalagar todos los sentidos del que huye del amor como un desesperado.... En “Las corajas siempre pasa algo”. Y lo que se adivina delante de nuestros rostros nunca se corresponde con la realidad de nuestros pensamientos. El tolón-tolón de las bestias puede escucharse como alguna sinfonía del músico loco que se quitó la vida en el remanso cristalino de cualquier charca sin saber todavía porqué. Y la encina que hiere lo que araña a su paso y hasta forma cuevas y entresijos ignotos parece tener brazos en vez de ramas y tapados nidos, tal que pisos de 10 m2 a precio ganga. Cuando observo esa encina, es como si miles de púas de vapor de agua apuñalaran mi cuerpecillo medio desplumado y acabaran de desvencijarme para siempre. Nada en “Las corajas” es como la habíamos pensado. Allí, entre sus canchos extravagantes, entre sus grutas naturales, entre sus guaridas repletas de sueños incumplidos se aparecen, a menudo, los duendes, los reyes del bosque, sin cejar en su empeño de avisarnos de lo que se avecina en el mundo de los humanos. Se aparecen los espíritus de aquellos que imaginaron una tierra extremeña enorme, rica y dinámica; y no un enorme vergel agonizando al compás de cuatro políticos corruptos y déspotas que nunca han amado la tierra que les ofreció la primera teta....






Me acurruqué en los entresijos del chaparral a acabar de ver las cosas quietas; a notar como el aura de la tarde meneaba mi escaso plumaje y revoloteaba entre mis ojillos esféricos de loro viejo. Me tumbé en posición fetal – extraña postura para un ave parlanchina – para observar cómo la madre Naturaleza a través de las indeterminadas dagas de la primavera derrumbaba todo lo establecido y ahorrado por los días de oscuridad y frío. Para comprobar cómo la Naturaleza utiliza a sus enjambres de dioses para ofrecer vida y destruirla.... - Qué a gusto se está aquí..., no quisiera nunca marcharme. - No te marches. ¿Porqué ibas a hacerlo? ¿Porqué abandonar lo que amas y llevas en tu interior pegado como una gota de nieve....? - SJV no dejó de sonreír mientras mascaba una especie de trocito de junco que hacía las veces de palillo.
También miraba como yo, sentado en el frío cancho, la enorme estampa de vida que desfilaba delante de nuestros ojos a modo de película. - La nieve se derrite.... - Muere para que nazca la vida en las entrañas de la tierra. No te vayas...- Cuando me giré para responderle, solo quedaba silencio en aquella silla mágica; solo quedaba un extraño perfume humano, un trocito de junco y el eco de una gran carcajada revolviéndose entre los arbustos de los cerrillos. Finalmente, muy a mi pesar, decidí salir de aquella maraña de hojas punzantes y helados rollos. Desentumí las alas y volé directo a mi querido pueblo. Una abubilla se reveló contra mi torpe vuelo porque creía que su nido, que su prole estaba en peligro: - Tampoco es para tanto - También es verdad loro. El cuco hacía sus estragos entre los nidos prestados de inocentes urracas, muy al estilo de muchos humanos capaces de deslegitimar familias enteras con sus incansables siembras.... El cuco cantaba antes de tiempo. - Señor loro, hoy tenemos revoltillo de espárragos de “La tiesa” con gambas de San Lucar, cocochas de bacalao y huevos de tía Belina. De Segundo, puede probar sin reparos una deliciosa caldereta de cabrito de ·La Charnecosa” con patatas a lo pobre y ensalada de cardillo, pimiento rojo asado y requesón de mi rebaño al sabor de cinojo; o, querido huésped, un delicioso cochinillo al estilo cochifrito con ajo y pimiento como mandan los cánones. Todo esto, claro está, regado con buenos caldos tintos de la vega de Alcollarín. Pase, pase, no sea tímido..., ahí tiene mi pitarra de este año..- El Ventero hizo una pausa. Alcanzó un cacillo y tomó una muestra del vino que cató al modo de un experto sumiller, entornando los ojos y chasqueando su boca entre toma y toma..- Huummm, delicioso. Maravilloso. Este año, mejor si cabe que el pasado. Ha llovido en su justa medida, ni mucho ni poco, más bien poco. Invierno de hielo y verano con un buen solano repartiendo estopa a diestro y siniestro. Perfecto. - Muy agradecido quedo Sr. Ventero. Me he quedado mudo por otros cientos de años. - No me diga eso, por favor. En esta casa. En la casa del Ventero del Collado los invitados son reyes. Más que reyes diría yo, verdad IDF? – IDF Daba cuenta del cuchifrito y, apenas tuvo tiempo, siquiera, de asentir con la cabeza, tan enfrascado como estaba. - Querido Loro. Amigo mío de andanzas, de alegría y pesares. ¿Dónde narices vas con tanta prisa y ese aire desgalamío que llevas? Quédate con nosotros un rato. Te estábamos esperando. Quédate alrededor de esta lumbre que hemos preparado..- Dijo IDF soltando una deliciosa presa del manjar. - Quédate con nosotros hermano loro. En esta mesa camilla que ha preparado amablemente el Ventero, cabemos más. Y caben muchas más conversaciones. Te esperábamos loro. Mis duendecillos, mi esposo humano, que por cierto quería invitarte a jugar al ajedrez, y yo mismo. Se está a gusto en este lugar que ha preparado nuestro amigo.....- Comentó puwill sin dejar de remover las ascuas moribundas del brasero. - Se está bien aquí amigos míos. Y, verdaderamente, los manjares que anuncia el Ventero son estos. Son vuestras conversaciones y vuestra amistad. Lo que yo jamás había sospechado en mis numerosos vuelos por esta zona, es que de entre las ruinas casi destruidas (como si hubieran caído todas las bombas del tiempo juntas sobre ella) de la casa de “Los Joseones” se hubiera habilitado una posada tan pintoresco, tan hermoso.
Construido con piedra de cantería, chimenea y tejado de pizarra negra y un dintel de granito donde en letras góticas se podía leer: + 1522 Ave Maria Puríssima. En aquella venta improvisada en mitad del abertal; con sus anejos, su servicio, su huerto y su ganado propio; había un auténtico ir y venir de gentes irreconocibles por sus atuendos de siglos pasados. Iban y venían. Se saludaban a grito pelado; se sonreían y se contaban sus cosas. Pero sobretodo, sobretodos, destacaba aquel ventero afanoso, honesto y profesional que atendía al personal como nunca antes había visto en mis múltiples viajes a la gran Ciudad. Cuando acabé de comer me dijo: - No te vayas, loro. Estás cansado. Tienes una habitación doble preparada con yacusi y todo si quieres. Reflexiona... - Gracias Sr. Ventero. Tengo que seguir mi camino.... Y con el estómago cada vez más lleno y el cerebro medio aborregado por el vino denso de la pitarra de mi amigo, seguí volando. Y desde la altura estratosférica (bueno, menos lobos, desde unos tres metros) descubrí una extravagante romería que cubría todo el camino lindante con la presa; con el antiguo lugar donde tanto se bañaron los lugareños en otra época, más luminosa que esta. Bueno, tal vez igual de luminosa que esta. Seguramente, menos luminosa que esta.... La mayoría estaba desperdigada por el tupido herbazal, cantando canciones olvidabas, jugando a la cuatrola, a la pelota, con sus niños, con sus cientos de niños de todas las edades. ¡Cuantas risotadas! ¡Cuántas voces! ¡Cuánta música! Llegaba a mis amodorrados oídos. Tanto, que llegué finalmente a despertarme, a amanecer en un nuevo mundo, en un nuevo pueblo hecho con el tesón de muchos amigos y sus creencias y múltiples folclores.... - Loro, espabila! - Estoy cansado querido mochuelo.... - Los loros no se cansan. Solo repiten lo que dicen los humanos. Mira ahí abajo, mira qué fiesta. ¿Nos acercamos? .- El mochuelo parecía entusiasmado con la idea. Su plumaje era terso y brillante y las pupilas de sus ojos se contraían y dilataban sin parar a causa de la emoción que le producían aquellas imágenes. Era un mochuelo joven; pero su alma y su bondad eran las de un niño, las de alguien recién nacido en este mundo de horrores. - ¿Vamos loro? Desde la presa, muchos nos hacían gestos para descender y compartir la juerga con ellos. Estaban radiantes. Sus vestidos eran escasos y vaporosos, a pesar del frío escapado de un invierno ya finalizado. Eran felices y sus miradas no eran de este mundo.... Mi gran amigo mochuelo bajó con ellos y estuvieron bailando hasta altas horas de la madrugada hasta quedar derrengados y arropados entre los juncos del río. Me miró y me sonrió con las blancas sonrisas de los hombres sabios y buenos; y yo me marché y seguí volando mi vuelo finito y predeterminado y maldije otra vez mi suerte....

domingo, 16 de noviembre de 2008

VIAJE A LAS CORAJAS (I)

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.. “La metamorfosis” . Kafka)


(Aun el necio si calla pasará por sabio. Por inteligente si cierra sus labios. “Proverbios”)


Soy un loro. Un loro demasiado calvo para ser loro, hasta el punto que mis congéneres me llaman el Mortadelo de los de mi especie. Esto siempre me irrita ya que, si de apodos se trata, me hubiera gustado más que me llamaran Filemón; no solo por sus dos pelos medio derrumbados sobre la calva intacta, sino también por lo bonachón, inútil y absurdo del personaje, mucho más acorde con mis características....




fotografía: Rafael Martín


Soy un loro y los loros hemos nacido para repetir lo que otros dicen y, también, para perpetuarnos ahora que la primavera ha llegado y las hormonas se disparan hasta límites insospechados. Creíais que me había olvidado de vosotros, después del encierro al que el otro calvo que me insufló la vida me hubo condenado. El muy.... (Hay demasiados alopécicos en el mundo, demasiados.....). No, no creáis lo que os susurran al oído los espíritus en pena. No, no creáis lo que las neuronas juzgan en la cocina del cerebro; esa que siempre cree tener la razón y se revela contra las sustancias eternas del ser.... No, no me había olvidado de vosotros, al revés, os he tenido en mente desde el principio de los tiempos en el año menos 2 antes del mundo y he soñado vuestros sueños como no puede ser de otra manera. Pero un día me comí un cochinillo en La Haba donde, además, no había sido invitado y me “esguarramillé” vivo por arriba y por abajo y pedí asistencia y no pude mover mi maltrecho plumaje en todo ese tiempo. Un tiempo que, por cierto, me pareció eterno....

martes, 11 de noviembre de 2008

VIAJE A LA SIERRA DEL PUERTO






CUADERNOS DE VIAJES (I)





Hola amigos. Empiezo esta serie de viajes y aventuras imaginarias o no tanto, según si mire. Viajes alados por encima de todas las cosas y causas que mecen y duermen duermen a pueblos enteros con sus falaces nanas, armados de esas garras tan sutiles pero afiladas en poder de la insidia, el odio, la codicia y la opresión. Después de todo esto siempre queda la fuerza incontrolada y bella de la naturaleza y sus hijos bastardos pero nobles. Luego de todos estos vuelos siempre queda... La literatura. Un abrazo amigos, espero que os gusten estos apuntes.









Primero escuché a las golondrinas, inmersas en chillonas pláticas sobre el índice de precios al consumo, las hipotecas que penden de los nidos, lo caprichoso y abominable que resulta la meteorología en este país y, en fin, sobre todas esas cosas de las que, habitualmente, discutimos los pájaros. Luego, vienen otras conversaciones, otros gritos, otros sonidos que se entrecortan como si hubieran pedido turno y alguien se lo hubiera otorgado. Verderones, cogutas, palomos - y no palomas - henchidos de sexo, perdices sabiamente escondidas, abubillas, colorines y, entre todos, el majestuoso y mentiroso canto del cuco. Pero mis amigas las urracas todavía duermen nidos que no les corresponden. Siempre el más listo de los pájaros es el más ultrajado y engañado...
Quiero volar más alto. Quiero atravesar las deshilachadas nubes de los últimos chubascos, quiero flotar entre estos bastardos algodones que resultan del dibujo picassiano de un dios venido a menos. Desde la altura el olor a pasto mojado, del pasto del barbecho que empieza a amarillear, aun a sabiendas que eso significa el fin de la vida, revienta e inflama cualquier rincón de mi alma, de mis neuronas, de mi longeva memoria, como si fueran ascuas recién extraídas de las fraguas de vulcano. ¡Qué fragancia acuña mejor en nuestro espíritu el sentimiento de lo bueno, que esa rancia sublimación de las gotas de rocío sobre las hierbas de nuestros campos! ¡ Qué vino de pitarra, que todavía a estas horas no he bebido, puede transportarme a un estado de éxtasis más maravilloso que esa fragancia espontánea de la lluvia moribunda encima de la dehesa! la luz ha herido el lienzo del limbo, en el cual las cosas se materializan y los pensamientos permanecen constantes, sin avisar. Sin establecer un protocolo. La luz ha venido de repente, mutilando las tinieblas a su paso sin una excusa, sin una palabra de consuelo, sin una bendición. La luz aparece y no necesita ser presentada. Ella no está aquí para los humanos que dormitan en sus lechos y meditan, sin saberlo, grandes abominaciones pero, también, grandes bondades. La luz hace acto de presencia para las cosas y las causas del campo, del abertal, del barbecho, de la dehesa solitaria...

De los lejos, de la "mudiona", llega el ladrido quejumbroso e histérico de algún perro encerrado en una rutina que, seguramente, repudiaría. De lo lejos, de la "dehesa de la boticaria", ´también emana la cadencia musical de los cencerros de las reses. Las vacas te escrutan con sus enormes sabios ojos y parecen sonreír, como reprochándonos a los pájaros hiperactivos y a los, en exceso, ambiciosos humanos, lo ruín que es nuestra vida, y lo bien que se queda el cuerpo dentro del pausado trajín del rumiante de flores e ideas. Ningún animal es amigo del hombre, salvo el hombre. En la casucha casi derruida de "los joseones" habita un centenario fantasma renegado. Todo su afán es garabatear torpemente las paredes de su fortaleza con escuetas frases de amor a una amada que él mismo inventó. El fantasma sabe que este mundo no es de su mundo y, por ese motivo, rechina regularmente sus dientes y aulla en las noches de "pelua" y cielo demasiado estrellado. Este fantasma no pertenece a la especie humana, muy proclive, éste último, a las cadenas y al escándalo nocturno. Este fantasma es recatado, escribe poesía en las paredes y se emborracha con el cenagal de las aguas de la presa. Dentro de poco, ya ni siquiera será un fantasma... En la charnecosa, los caminos se estrellan de forma obcecada contra las derrumbadas paredes empedradas de las cercas. Contra las piedras oxidadas y abandonadas a su suerte que suspiran por alguna mano que, como a Lázaro, consiga resucitar. Descubro sendas de las que huye hasta el polvo, donde el céfiro del solano habla historias antiguas; historias de miles de sombras que vienen y van, que carraspean, que se saludan entre los albores de la mañana de manera recia y sincera; miles de sombras cargadas de aperos de labranza, dirigiéndose a sus huertos, a sus sembrados, a sus fincas.
Miles de sombras que vienen y van en busca de su grial, del caldo maravilloso que logrará salvarles, a ellos y a sus numerosos hijos. Miles de sombras en busca de su sombra. El céfiro de la mañana te trae estos anhelos, los primeros del día, los más puros e intensos, el deseo con el que te acuestas la noche anterior, con el que la noche fotografía tus recuerdos. Luego, la mañana, te dice otras cosas, y las millones de sombras que aventan los caminos de voces, de sudores recién estrenados y cánticos, desaparecen, y la arenilla que desprende la soledad ciega tus ojos. En este caso mis ojos redondos y, más bien, enanos. Pero este vuelo tiene un fin. Un objetivo. Tengo que llegar, como sea, a la Sierra del Puerto. Allí, debo saludar, sin falta, al pastor que habita la montaña más embrujada de la comarca desde hace miles de años. Mi último encuentro con él fue hace treinta años y, desde entonces, no he vuelto a verle, a saludarle. Treinta años es nada para un loro longevo. Deseo que para el pastor guardián de los secretos tampoco signifique mucho. ya llego al chamizo de barro, rodeado de cachos y jaras, de un sol alto que pugna por descubrir secretos que le son prohibidos. Allí encuentro al pastor, con su misma chaqueta de pana de antaño colgada del calamancho, con sus cabras desperdigadas por la loma sagrada.

Allí le encuentro, en la misma postura que años atrás, sentado. Con aquella sabia diminuta mirada brillante solo destinada a las sirenas que nos hablan sus sofismas en las noches de insomnio. Allí está, acuclillado, comiendo con parsimonia una sopa de tomate y un queso de la leche de sus "hijas". Mudo, impasible, viendo pasar el tiempo delante del tiempo, igual que hacemos los loros algunas veces. Igual que hacía años atrás cuando yo era más joven y él igual de viejo. El pastor se levanta con orden aprehendido, me mira de soslayo y emite una leve sonrisa que, a duras penas, parece una realidad. Me deja las sobras de la sopa de tomate que tanto me gusta y, sale del chozo sin dejar de emitir esa enigmática sonrisa de eterno hombre viejo. Sus cabras le esperan y se alborozan cuando presumen su presencia. El pastor mira hacia la guarida donde yo doy fin, vorazmente, al suculento manjar prestado, y me lanza un guiño y una frase ininteligible que el viento de la montaña se encarga de borrar rápidamente. He creído entender que me espera dentro de treinta años. Por supuesto, eso para mí, es un suspiro. El pastor se pierde entre el canchal y las retamas; desaparece como el fantasma de "los joseones". Sé que siempre esperará mi próxima visita, y yo volaré para renovar mi alma y mis ansias de libertad. El pastor es libre. Antes de llegar a mi encina, en el cerro de la coguta, he visto a un hombre completamente desnudo lanzar al aire pequeños trozos de papel. Cada papel tenía un número distinto impreso. Algunos de ellos han trabado mi vuelo. Yo nunca he creído demasiado en el azar.

viernes, 7 de noviembre de 2008

EL BESO










Te besé un instante


te susurré mi amor


pero mi amor era improvisado



como son las colmenas en el desierto



como son las olas de los ríos



y los trinos de los jilgueros....


te susurré mi amor de repente



suavemente



despacio



y sonreíste con tus labios entreabiertos



y desapareciste entre un millón de calles


y me regalaste un guiño desde la lejanía



y un beso humedecido por la brisa


y yo lo recogí con mimo


igual que un niño primerizo en todo


solo para adivinar

que en ese instante te perdía