miércoles, 29 de abril de 2009

CIELOS DEL PARAÍSO

(Queridos y sufridos amigos, aquí os traigo unas fotos sobre cielos, ángeles y ecos escapados de la nada. Las tomé esta semana santa en Extremadura, un país que no deja de sorprenderme cada vez que lo visito. Menos de lo que yo quisiera. Va por vosotros, por las personas que callan más que hablan y dicen verdades que otros ni siquieran atinan a gritar. Por su silencio medido, pausado, sabio... Un abrazo)



Te amé un día que jamás existió
solo en tu perfume incrustado en mi piel
Y crecían mis besos, esos que no fueron,
como crece la tormenta,
como crecen las mentiras
Te amé un día que era anochecido,
un día que nunca existío
antes de que llegaran tus excusas,
antes de que brotara el sol


¿Porqué asomabas tus ojos a mis ojos?
¿Porqué me enseñabas lo que nadie quiere enseñar?
¿Porqué me enseñabas cómo se ama al que no quiere amar?
Si ahora que nadie sonrié tras ese balcón,
tras esas cortinas, medio escondida,
Hasta los aullidos de los pájaros
parecen inventadas canciones de Serrat




Un día lancé dos mil pedradas a este cielo
no eran más ni eran menos, dos mil pedradas.
Y se perdían entre las alas de los mochuelos
Allá lejos... Muy lejos.
Y se fundieron entre la lumbre de lo imposible
Y llovió el viento amapolas
Y llovió el cielo aquello que yo más amaba

Un día lancé al cielo dos mil pedradas...















De Guadalupe partieron cuatro caballeros,
La llevaban en volandas, con su carita entelerida
sus ojos de almendra y sus cabellos negros
La llevaban en volandas, como en un presagio
Siendo todavía una niña,
Siendo aquella noche un presagio,
A que alumbrara sus ojos de almendra,
A que encendiera sus lacios cabellos
A que pusiera una sonrisa en su rostro de ángel
La llevaban en volandas, cuatros caballeros,
A que rozara sus labios agrietados
Siendo aquella noche un presagio,
A que nombrara su nombre
La virgen de Guadalupe


La llevaban en volandas, cuatro caballeros
Siendo aquella noche un presagio








(Dedicada a mi querido Buho real)

De esos ojos sabios,

Pequeños como océanos prisioneros,

Brotan guiños que parecen versos,

Florecen palabras igual que caricias

De esos ojos y de tus consejos

aprendí yo el nombre de las flores

y aprendí yo a ser un hombre

Sin dejar de ser niño

De tus silencio aprendí yo muchas cosas,

Otras me las enseñaste junto a los caminos que caminamos

Junto a las sendas donde nos detuvimos...

viernes, 10 de abril de 2009

Alineación de ganado

(Queridos y sufridos amigos, después de atravesar una especie de desierto, un páramo hostil que ha obligado a mi torpe vuelo a detenerse entre oasis y oasis, entre tormenta y tormenta, entre viento y marea; os traigo estas fotos de unos pobres terneros que están esperando sin remedio su espada de damocles. Todo lo que véis en estas fotos se verá dentro de poco, en un brutal santiamén, arrogado, arrastrado, abrasado por las aguas nacidas de la mano del hombre. Allí, en esos inofensivos barbechos un gigante de hormigón y agua reflejará los tintineos, las músicas y los ecos de otros tiempos, de otro espacio. Tiempo, espacio y... agua.
Un fuerte picotazo para todos)






Sobre estas cenizas mojadas construiré yo un imperio de lágrimas. Un imperio de nostalgia e impía mirada al pasado, a la nada, a lo que ya estaba fundido como el vidrio antes de ser cristal. Sobre este miasma de recuerdos de niños saltando, brincando, cogiendo desarmados bichos y mariposas, un día de Lunes, un día de Jesús resucitado, fabricaré yo un libro de versos que jamás se publicarán. Todo en La Cueva que habita el monstruo de mil doscientas cabezas y otros tantos cansados ojos lastimosos se mezcla con el eco martilleante de un goteo ancestral.



El monstruo siempre ha sido cariñoso y ha esperado a sus niños para regalarles sus travesuras y piruetas entre el laberinto tramposo de su morada oscura y acogedora. Todo aquel calor, aquel bullicio de canciones fusiladas por el viento escapado de las Villuercas, aquellos vasos de vino sinceros; aquellos jóvenes viejos incrustados debajo del tractor de Pedro y Andrés, durmiendo la mona o acariciándola. Aquellos juegos sin pausa; como si ese día finalizara todo y llegara el juicio del fin del mundo. Como si nunca hubiéramos jugado a nada en la vida. Aquellos padres e hijos empachados de tanta Naturaleza y de tanto amor... Sobre estas cenizas de un lunes, de esos lunes en los que resucita el Dios de los abrazos por encima de odios y diatribas, y de lanchazos de música y borrachera por encima de la rutina del mundo del demonio del agobio y la rutina; construiré yo el imperio de mi estampa de Alcollarín. Sobre ellos y no otros...pero, ahora, al monstruo de mil doscientas cabezas, se le ha llenado el rostro de arrugas de soledad y se le ha torcido el alma. Ahora tiene los ojos cerrados, no dice nada y ya no espera el juego y las trampas de los muchachos, de sus niños que venían a visitarle de tanto en tanto. Aquellos que ya no volverán y se harán adolescentes y luego personas con oficio y beneficio, y se verán obligados a pelear con otros ogros que se esconden detrás de los visillos de las ciudades. Ahora todo está inflado de agua y hasta los besos y arrumacos de los enamorados detrás de los canchos se han ahogado sin remedio.
Hoy un pantano cubre todos mis recuerdos y aquellas cenizas empapadas reflejan como pueden el brillo de las espadas del sol extremeño; del sol hiriente y cabreado. Del sol que alumbró las lumbres de sus hombres sabios. Seis vacas alineadas. Retama y pastos abandonados a su suerte. Seis vacas, cinco blancas y una roja. Seis animales esperando su suerte, su juicio sin defensa, mirándonos fijamente con sus ojos sabios y resignados mientras rumian sobre los últimos barbechos sobre los que construiré mis postreras añoranzas.