jueves, 29 de enero de 2009

PAPEL JEAN


(Dedico este relato a aquella generación de la posguerra que, en mitad de la desidia de un País entero, enmedio de una pobreza insensata, no perdieron jamás el buen humor ni las ganas de prosperar y "tirar palante". ¡Va por vosotros, maestros de la vida!
Un día de primavera habíamos terminado de poner las maulas. El cielo era demasiado azul para ser un simple cielo. Me causaba pavor tanto silencio, solo roto por el canto de algún cuco lejano. Demasiado silencio para tanta naturaleza. Demasiada mudez para tanta lascivia... El sol de mediodía apretaba y nos pusimos al resguardo de las piedras de una cerca. Y tarareábamos María de la O desgraciaita gitana...De repente, en la amplitud del estrecho camino vimos la figura recortada de un hombre montado a caballo. Era un caballo pinto, altivo en su trote, como su dueño. Por su sombrero y sus ademanes, daba la impresión de tratarse de un contrabandista, de lo muchos que pululaban por nuestros campos en los tiempos de la posguerra. Yo no reparé excesivamente en él, bastante tenía con la modorrez del sueño entumecedor que provocaban el rumor exiguo de los abejorros y las primeras moscas de la primavera a mi alrededor. Del rebaño del pastor al que nadie conocía venían sus diatribas y sofismas, entrelazados entre el céfiro fresco de Gredos. Mi amigo me trajo a la realidad que yo no quería. Se cruzó en mitad del camino, puso la mano en alto, a modo de guardia civil redimido a socialdemócrata, e hizo un ademán al hombre para que se detuviera. El caballo era más enorme en la cercanía. Parecía cincelado a base de piedra y sudor. El caballo resopló, y creo un eco traicionero, solo ahuyentado por el mordaz zumbido de los insectos.
- ¿Me puede Usted dejar un papel de fumar? - El desconocido emitió una vaga sonrisa, apenas visible entre una barba de varios días, recia, azulada. Sus ojos ridiculamente diminutos. Introdujo sus manos con calculada parsimonia en su bolsillo y extrajo un paquete de papelillos "jean". Y Se los ofreció a mi amigo. A mi asustado y emocionado amigo - muchos en aquella época hubiéramos pagado por ser como aquel solitario jinete que se apareció ante nuestros ojos y todos queríamos interpretar una película muy diferente a la que nos tocaba vivir en aquellos días de hambre y solano . Mi amigo dijo:
- Pues, ahora no sé para qué quiero el papel...
- Tú lo que quieres es un cigarro.- Voz de hombre, grave. Sincera. Cansada.
- Si me da un cigarro a mi y mi amigo, la verdad, Dios se lo pagará.- El contrabandista echó mano a su petaca y nos ofreció, socarrón, un cigarro a cada uno. En ese instante creímos que éramos también bandoleros como él, compañeros de sus hazañas. Una especie de "sancho panzas" harapientos y llenos de ilusiones de grandeza. En ese infinitésimo instante nos cerciora
mos que formábamos parte de su banda. De una honrada banda de maleantes de caminos que enamorábamos a ocultas doncellas.
- Ahora nos dará Usted lumbre, ¿Verdad? El bandolero encendió nuestros prestados cigarros con un mechero de mecha oxidado por las noches de intemperie, henchido de una ronrisa de ladrón bonachón.
- Y vosotros ¿Qué teníais?
- Nosotros, muchas ganas de "jumá", ¿Le parece a usted poco?
Todavía hoy recuerdo su recortada silueta perdiéndose entre las juncias del río. Su queda sonrisa entrecortada, invadida por el croar absurdo de las ranas y la acelerada sexualidad de las cosas del campo... Todavía hoy recuerdo su silueta agujereada por el disparo de algún defensor de causas perdidas. De algún ser invadido por el rencor que transmiten los tormentos innecesarios. Todavía hoy recuerdo aquel cigarro. Mi primer cigarro. Mi infantil pecado.

8 comentarios:

Juan Duque Oliva dijo...

Vaya viaje que nos das, me he sentado con ustedes, he sentido ese remolino en el vientre ante lo desconocido y hasta me he mareado con esa primera jalada.

Cuanto hizo esa generación pa tira palante y que olvidados los tenemos.

Un abrazo, me encantó.

Nombre: Perolo dijo...

Me recuerda algo que no sé si es chiste o sucedido en la realidad pero que a mí me hizo mucha gracia...Hallabase un tipo en la misma situación que la que usted describe,con unas ganas de jumar, de cuidao, amigo loro, y le preguntó a un paisano:
¿Me puede decir la hora? --con el objetivo de que el paisano parara.
--Las doce y cuarto-- respondió el otro con evidentes signos de llevar prisa.
--¿No tendrá usted un cigarro? -pidió--
--Pues si, toma--dijo el otro, dándole un cigarro.
--¿y lumbre..no tendrá lumbre?--
--Toma--dijo el otro sacando el mechero--Pues anda que estas apañao...
--No, el que está apañao es usted que lleva de tó.


Pues eso, excelente relato amigo loro, un saludo.

SJV dijo...

Buenas noches, frescas y serenas noches amigo Manuel A. Aquí estoy escuchando algunos temas de "I love Disco", empapado de nostalgia, recordando los días del foro cuando en pleno apogeo del sitio insertaste este "peaso" rememoranza, tributo a los sufridos mayores nuestros (y no tan mayores, algunos de nosotros ya somos casi parte de esos mayores). Yo en mi época recuerdo los "ideales", los más "in" "jumaban" "Rumbo" y la "jet set" tres carabelas, todo ello sin boquilla, con su peculiar picadura que se quedaba enganchada en la punta de la lengua, cosa molesta este hecho hasta la normalización de la boquilla como elemento de serie en todos los pitillos. JA, ja, vaya empanada de madrugada. Solo quería saludarte y agradecerte el relato, que ya sabes que me gustan. Bueno amigo, ya queda menos para Semana Santa, que llega en un Plis plas, como tu dices. Un abrazo y buen descanso.

lisebe dijo...

Sabes Manuel Angel:

Cuando estaba leyéndote, estaba recordando a mi padre, ¡cuantas historias semejantes nos contaba!

Una época en la que decía que ser pobre era ser rico y que ser rico era ser un desgraciado.

Recuerdo que nos contaba la ilusión por el primer trabajo como si fuera una hazaña en aquel tiempo.


Bonito relato que me has hecho recordar a mi papa querido.

Gracias amigo loro por tu sapiencia.

Besitossssss

un loro dijo...

Hola, Luz de Gas
¡Cuánto hicieron! y cuántas penurias pasaron, primero en sus pueblos y, finalemente, en las ciudades, en las industrias que les regalaban falso caramelo y hormigón barato por cuatro perras.
Gracias por tu visita, querido amigo.

un loro dijo...

Muy buenas, monsieur Perolo. Observo con satisfacción que sigue conservando intacto su sentido del humos hasta altas horas de la madrugada. Muchas gracias por su comentario a este relato que, seguramente, ya ha había leído anteriormente donde usted y yo sabemos y firmado con otro seudo.
A esta historia - por otra parte, verídica - solo le falta un nombre, una cara y unos ojos: los del caballero estraperlista. Los otros dos, los muchachos "escaicíos", están vivos y coleando y me consta que, cosas de la vida y de la mayoría de edad, han dejado de jumar (!!).
No me has dicho nada, pero te has preguntado qué narices hacían poniendo maulas en La Dehesa boyal (?) Seguro que no cazaban mariposas...
Un abrazo, querido amigo.

un loro dijo...

¡Menuda sorpresa, querido Salva!
A mi ya me pillaron los Habanos y cigarros más sofisticados y mentolados y todo.
Ahora, igual que los dos personajes del cuento, también me encuentro prejubilado de la ardua función del jumeteo. Y conste en acta que no digo jubilado; porque entiendo que un jumador por mucho ex que se le atribuya al principio o al final de la palabra; siempre será jumador. Igual que el matrimonio católico y apostólico que, dicen, es para siempre y por siempre jamás. Amen.
Espero impaciente nuestro encuentro esta próxima Semana Santa.
Muchas gracias por pasarte por esta pequeña casita en el que descanso muy a menudo mirando, también porqué no, lo mulgaños y sus enormes patas cual filamentos de cobre que campan a sus anchas por el techo.¡Qué desorden, Dios mío!
Un abrazo

un loro dijo...

¡Hola Lisebe! Muchas gracias por tu visita. Yo también me pasé por tu blog esta mañana y pude adherirme a la campaña por la solidaridad de los niños del mundo.
Nuestros padres, en aquella época triste, llena de rencores incontrolados, de desconfianzas; también pasaron infinidad de infortunios en sus pueblos, en los lugares donde estaban predestinadas sus existencias. Allí no había trabajo, no había eso que ahora se llama casi con sorna "paz social", ni futuro. Solo existían infinitas dehesas teñidas de rubio, una naturaleza agresiva que, quizás como venganza, no les ofrecía ni siquiera sus variados frutos; y silencio, mucho silencio, solo silencio y la mudez de sus chispeantes miradas.
Uno de los muchachos de mi relato es mi padre. De él conservo cientos de historias parecidas que algún día, cuando yo también me encuentre en fase de jubilación y apartamiento de esta hipócrita sociedad, posiblemente me de por recopilar en algún libro ineditable...
Aquellas personas estaban hechas de una pasta muy especial. Yo lo he descubierto cuando he visto a mi padre luchar contra terribles enfermedades; sin un quejido, sin un lamento; siempre con una sonrisa en sus labios y con un silencio, procedente de aquel otro silencio del relato, que regalarte.
Por eso, cuando sea mayor, quiero ser como él es y fue, pues tengo la suerte, a pesar de todo, de tenerlo a mi lado contándome historias como esta, muchas historias.
¡Muchas gracias, Lisebe! Estoy seguro que tu padre era como uno de estos muchachos y me lo imagino, allí también, sentado junto a aquella cerca observando al estraperlista y su aureola de bandolero desalmado.
Me he emocionado al escribir esto. Perdona.
Un abrazo, querida amiga.